jueves, 15 de diciembre de 2016

LUZ DE OTOÑO SEVILLANO

Ha sido como un baño vigorizante tras días de lluvia y plomo en el aire. Has salido a la calle, has liquidado tus deudas con la burocracia sangrante que extiende sus tentáculos hasta el fondo de tu intimidad, y a continuación te has sumergido en esa luz de los días escogidos, oblicua sin ser torva, dulce como membrillo prohibido, serena, laxa, dorada sin aquellas partículas tostadas de la primavera. Luz de pintor en duermevela. Luz ansiada sin saberlo. Luz acariciante, poderosa en su deslizamiento lento, felina, ilustrada, calma, sabia, como si hubiera paseado por los jardines de los peripatéticos.
De mañana, esa luz del otoño sevillano, ya tardío, con bocanadas de cisco picón —imaginado sí, y por ende real— y un resto de ajonjolí en el paladar, es más alegre que la estival, mucho más que la inminente de marzo, infinitamente superior a la del enero afilado y pérfido. La que hallaste, o te halló, era una luz inesperada, límpida, purísima como anunciada por angelotes a los pies de la Gran Dama del Universo. Te sorprendió mientras caminabas. Era una luz tangible, aposentada en una transparencia que parecía venir de otro mundo, de un cielo pleno, de ese mediodía bendito en el que alguna vez habitamos antes de razonar y recordar.
Encontraste escenas para ti solo que revelaban sonrisas de Dios: Un gato, negro naturalmente, que retozaba panza arriba agitando sus piernas sobre el asfalto absorbiendo los rayos del sol decembrino y ajeno a la civilización (o no) que le rodeaba. Tres gorriones gordos dándose un chapuzón en un charco, como solamente lo habías visto antes en la canícula. Guiños de esta primavera veraz que es el otoño sevillano una mañana de cielo despejado y —robemos la metáfora a un Borges también sevillano— tan cóncava como generosa. Había llovido copiosamente los días de la víspera y aún la noche anterior. Las cosas tenían la piel luminosa, cubierta de azogue que le daba ese frescor verdioliva de clorofila restallante. Tachonado de pequeñas lagunitas brillantes, casi imperceptibles pero inagotables, el lienzo de paisaje que asomaba al vitral de tu vista era todo él gratificante, mar espumoso en la tierra de fuego andaluza donde viste la luz primera. Una luz que te gustaría hubiese sido como ésta del otoño efectista, palpitante de reflejos, magnetizado y táctil, que te ha saludado desde todos los puntos de la dicha.

Mañana ya no será igual. Los colores habrán secado. La pintura estará en su sitio, donde la pone tu monotonía. No donde hoy ha querido que esté la luz laureada del otoño sevillano.

3 comentarios:

  1. Me gusta. Es una narración llena de emociones y sensaciones que nos ayudan a percibir lo que nos rodea con mayor intensidad.

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  2. Nos conocimos por mor de parte de esa maquinaria burocrática que denuncias al arranque de tu magnífico artículo, que sirve de contrapunto grisáceo a una maravillosa descripción poética de la luz otoñal sevillana. Ya pude apreciar gracias a la mano amiga de un pariente que tú sabes, la fibra literaria de tu pluma periodística, al leer una carta a una hija que me humedeció las mejillas.

    Esa luz que cantas es la que más me agrada recibir de las que nos envía el dios Apolo a lo largo de nuestro periplo cósmico. El mundo bañado por esa luz es percibido de una forma gratificante. Más de una vez quise poder describir las sensaciones experimentadas cuando esa luz alumbra nuestro medio circundante y los más nimios objetos que en él se hallan, no es nada fácil. Aparte del oficio, no me adornan como a tí los dones de las musas.

    Gracias, Angel, leyendo tu prosa poética en la pantalla de una tableta, me has hecho experimentar las emociones sentidas cual si me encontrase paseando por un rincón sevillano una tarde de otoño.

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  3. Me ha evocado el viejo Conceptismo que, en verdad, tenía olvidado. Un ejercicio erudito de palabras que entretejen un sabio crochet.

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