martes, 14 de febrero de 2017

UN PEN EN UN CAJÓN

Coincido de vez en cuando los domingos en la cola de la comunión con la persona más enterada de cuanto está pasando en el Ministerio del Interior. Bien sabe Dios que me cuesta no pegar la hebra a la salida de misa y acercarme con cualquier pretexto para poner al habla al periodista que sigue habiendo en mí con este depositario de datos a buen recaudo. Pero sé que su boca está sellada, máxime con el desbarajuste inaudito que aqueja a esa Casa, de la que de una forma u otra dependemos todos los españoles y un buen número de inmigrantes, bien sean en demanda de horizonte vital más digno o como simples y amasados turistas.
El orden es la otra cara de la moneda llamada libertad. Y entre ambas sólo debe haber transparencia. Ésa es la clave de una convivencia honorable para todos, que sepamos lo que pasa porque las reglas del juego estén claras y sean lo más justas que el ser humano haya llegado a alcanzar. Sin orden hay tumulto, y ya se sabe quién saca tajada de ello. No estoy seguro de haberme explicado bien el otro día cuando parecía —sólo se lo parecía a quien hiciera una lectura superficial y atolondrada de mi artículo— que defendía a Trump. Como he aclarado en privado a una buena amiga que me hizo una crítica inteligente (y por ello atípica), ni quiero, ni debo ni tengo por qué hacer ninguna apología de estadista alguno. Sí la hacía, y la sostengo, de una ruptura de la cárcel que conocemos por lo políticamente correcto; o sea, abogaba por la libertad y santas pascuas. Y como esa amiga me afeaba que mi lanza rota por la libertad saliera el mismo día que el presidente firmaba la suspensión por 120 días de los visados concedidos a ciudadanos procedentes de estados fallidos y sospechosos de amparar el terrorismo, digo que en cualquier caso el modelo no puede ser el europeo, como el mismo republicano adujo para justificarse. Europa, que entre 1945 y 1968 avanzó extraordinariamente en poner las bases para nunca más abalanzarse unos contra otros, lleva desde aquel último año, con altibajos, sumiéndose en la autodestrucción con sorprendente y lamentable ahínco. El invierno demográfico no es más que uno de los síntomas del fenómeno, pero otro es la renuncia a un orden capaz de evitar enfrentamientos civiles derivados del caos. Verbi gracia: la falta de una política de fronteras coherente, posible y ordenada.
La falta de orden ha quedado esta semana gráficamente expuesta en la doble figura de un pendrive y un cajón. Después ha venido la desintegración espontánea de unos informes que afectan a tres fibras sensibles del organismo nacional, a saber, el 11-M, el caso Marta del Castillo (que es el de otras muchas chicas desaparecidas y en potencia el de cualquier familia española) y el del bar Faisán, donde alguien pasó un móvil al recaudador de extorsiones etarra para que alguien hablara con él y le advirtiera de una inminente operación contra él.
Los tres asuntos son de sobra conocidos, aunque mucho más por sus sombras que por sus luces. El cierre de las causas judiciales no ha resuelto desde luego las dudas ambientales, como vuelve a quedar inequívocamente demostrado estos días con la enésima búsqueda policial de los restos de la muchacha. Asistimos además a una especie de opereta en la que todo un ministro se queja públicamente de que los informes que le dijeron que había no están ni se les espera. La unidad encargada de revisar los fallos para que no se repitieran ha errado a la hora de garantizar la cadena de custodia. No sé por qué, esto me suena a trenes desguazados, a mochilas fantasma y a huesos que nadie supo nunca si eran de perro o de niño. Al mismo tiempo, España se restriega los ojos porque un grupo de funcionarios policiales “han encontrado”, haciendo limpieza, un pen en un cajón con información valiosa sobre el caso “Pujol”. Andaban por allí, en un cajón de sastre, y han reaparecido por pura casualidad, mientras todo el mundo se pregunta por qué en unos casos de corrupción hay prisión inmediata y en otros ni por asomo.

El desorden es el principio de todas las calamidades. La seguridad jurídica es una suerte de orden tan fundamental en un estado de derecho que, desaparecida aquélla se difumina éste. Ni más ni menos. Y con él, quienes nos preguntamos por qué nuestros impuestos funcionan tan bien y otras cosas dependen del azar. 

3 comentarios:

  1. Clarificador artículo que pone en evidencia las miserias de las llamadas democracias formales en las que el ejercicio fraudulento y mafioso de los distintos niveles de poder compiten en impunidad e inmoralidad con otras clases de regímenes criticados y denostados por los mismos actos.
    Dicen algunos medios que Zoido viene con el encargo de limpiar de ratas peligrosas ciertas alcantarillas del Estado. Veremos en qué acaba todo esto y, de paso, si alguna vez entrarán los Pujol y cía. en la jaula.

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  2. El no muy honorable advirtió de que «si vas segando una parte de una rama, al final cae toda la rama y los nidos que hay en ella, y después caen todas las demás ramas».

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  3. Desorden e inseguridad juridica. Quien siembra vientos regoje mareareas No debemos, pero si podemos ..... ser pusilamines, ingenuos, cobardes, condescendientes; ilusos o.... egoistas


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