jueves, 6 de junio de 2019

VALORES DE USAR Y TIRAR


La palabra “consenso” era de significado desconocido para el común de los españoles hasta que la Transición la puso de moda. Su implantación en la vida pública, incluso en parcelas de la social y hasta familiar, respondía a la alargada sombra de aquel conflicto apocalíptico que hizo confesar a Francisco Franco a su primo y secretario: “Una guerra civil es lo peor que le puede pasar a un pueblo”. Frente al garrotazo goyesco —sucedáneo gráfico para una población desarmada de los fusilamientos gabachos— se imponía la búsqueda, más o menos desesperada, de la paz futura, ya que la pasada seguía siendo fruto de armisticios sin cuartel.
Pero cada época histórica tiene su vocabulario, incluso su semántica. Lo que en el 76 quería decir la palabra “consenso” hoy tenemos que traducirlo por chalaneo. De hecho, las elecciones ya carecen del valor que antes tenían y que siempre habíamos conocido: unos ganaban, otros perdían; los primeros formaban gobierno, los otros iban a la oposición. Y si se conformaban mayorías innovadoras cualificadas y sólidas, el sistema iba mutando imperceptiblemente. Los primeros años de Felipe González fueron un ejemplo de libro de cuanto digo, con cuestiones de fondo que pasaron como si fueran puro trámite: independencia judicial, integración en la OTAN, aborto, intervención de Rumasa, reforma/revolución educativa y sobre todo un mapa autonómico cargado de transferencias que convirtió a España en irreconocible hasta llegar a la nación —o sea, a la soberanía nacional— como “concepto discutido y discutible”. Hay que admitir que en esto de camuflar subversiones profundas so capa de procesos progresistas de obligado seguimiento por depender del ritmo y el rumbo de la Historia los socialistas han sido siempre maestros indiscutibles. Y para demostrarlo, ahí está Rodríguez Zapatero, transformando España para, a continuación, acercarla al modelo chavista.
Agotado y rebasado incluso por la izquierda el programa socialista, los partidos con representación parlamentaria, todos menos uno, andan zarandeados por el destino aritmético en pos de los consensos, hoy llamados pactos. Y los grandes náufragos son los valores. En los setenta, hubo muchos valores, por parte de flancos diversos, que se quedaron en el camino, en aras del consenso pacificador. Se dejaron mucho más que pelo, tiras de piel, en la gatera. Pero lo que estamos viendo hoy es infinitamente más grave. Es la desconfiguración completa del sistema de fuerzas, de sus idearios, la feria de mercaderes en la que se pone en almoneda lo que haga falta con tal de alcanzar cuotas de poder. Las exigencias que se están disparando, especialmente desde sectores del PP y de Ciudadanos, teóricamente afines, sobre VOX para que ceda al ninguneo y apoye ciegamente a cualquier cosa que evite la horrenda palabra —“Carmena”— en las instituciones es mucho más que lamentable. Es descorazonador, por evitar epítetos que alguien pudiera “malinterpretar”.
La llamada “atomización”, que no es sino pasar de dos grandes partidos nacionales a cinco (algo sumamente saludable) obliga a pactar, desde luego. Pero para pactar hay que sentarse a hablar. Ahí, en torno a una mesa, mirándose a la cara, es donde cada cual debe hacer valer su respaldo popular. Lo de Ciudadanos no tiene nombre. Trata a los casi tres millones de votantes de VOX exactamente igual que si no existieran. Son tres millones de apestados, indignos siquiera de dirigirles la palabra. Es, sin duda, una política suicida —la Historia es larga y a menudo pasa factura—y encima les culpa de bloquear el cambio. ¿No será que Ciudadanos ha estado siempre más cerca del PSOE (no de Sánchez) que de cualquier otra cosa? ¿No será que lo que les pide el cuerpo a sus dirigentes es el continuismo con las viejas políticas felipistas y aún zapateristas de patrimonialización de la voluntad popular de modo que se identifique democracia con socialismo para perpetuarse —no importan las siglas— en el poder y seguir guiando la mentalidad política de las generaciones indefinidamente?
Y ojo, porque esta ideología relativista de valores de usar y tirar según sople el viento del mercadeo cortesano ha contaminado de lleno al Partido Popular, muchos de cuyos votantes son los que se han quedado en casa mientras los del eterno socialismo sanchopancista han escuchado la campana andaluza y se han apresurado a ponerse en cola. Todo parece depender de que el único de los cinco grandes partidos con el que no se quiere negociar, el menor, el más joven, renuncie a sus principios, es decir a todo lo que tiene, para que los que de él dependen pero no le hablan, ocupen el ansiado puente de mando. Lo que pasa es que VOX, al menos hasta hoy, no se vende y a día de hoy los primeros necesitan a los últimos para serlo.

2 comentarios: