martes, 12 de mayo de 2020

LOS ARTÍCULOS DE "IMPLÍCITO"


Rompo la cuarentena de silencio que me autoimpuse tras el arrebato de verdad que nos transmitieron desde Moncloa, pero sólo en parte. Un grupo de colegas y amigos, cuyos nombres bullen en mi cabeza pero, obviamente, no voy a revelar, han decidido desafiar a la censura, creando una especie de “club de opinión” bajo el seudónimo de “Implícito”. Resulta evidente —al menos para quienes no andan perdidos en la nube de tontuna que ha invadido el medio ambiente social— su juego semántico. Implícito es como Tácito, o al menos se le parece mucho. Me ahorro aclaraciones porque, insisto, confío en el nivel cultural de mis/sus lectores acerca de una época histórica que cada vez se asemeja más a la actual, pero al revés. Ustedes me entienden.
Los componentes de “Implícito” van a “colonizar” mi blog y mi correo electrónico. De momento, sólo requieren mi permiso, que les doy gustoso. Al fin y al cabo, es lo que me queda de mi patrimonio inmaterial comunicativo. Eso, y las hemerotecas, que no es poca cosa. A partir de ahora, “los otros” tendrán que monitorizar a un fantasma. Es lo que tiene obstinarse en la libertad, agarrarse a ella como última tabla de salvación. No podrán acusar a Ángel Pérez Guerra porque A.P.G. no está en “Implícito”. O si lo está, es implícitamente, lo cual pone las cosas mucho más difíciles a quien quiera rastrear a alguien utilizando pretextos. El salvaje Oeste ya es otra cosa, pero se trata, precisamente, de evitarlo.
De modo que saludo a “Implícito”, que utilizará mi “A carta cabal” pero no tendrá nunca personalidad física ni jurídica, sólo periodística. Además, el tratarse de un “colectivo” le proporciona cierta inmunidad frente a la izquierda, para la que tan querido es el concepto. Habría que volver al Cuartel General de Burgos para llegar al castigo de sus redactores. Y ni por esas. No obstante, “Implícito”, como “Tácito” su sinónimo, será —no podía ser de otra manera— elegante, respetuoso, hábil, agudo y libre. Todo eso en una coctelera da como resultado el más sabroso néctar, la ambrosía de los seres soberanos de sí, que es de lo que se trata. Al menos eso me ha prometido. Y yo confío en él/ellos.
Lo que no será —doy fe porque los conozco bien— es nada alarmista. Ya saben.

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