Afirma Stanley Payne, el historiador más serio y valiente que ejerce actualmente su feraz magisterio sobre las generaciones de edad mediana— que el país europeo más semejante a España, después de Italia obviamente, es Polonia. En 1946, aquel estado, entonces en su apogeo comunista, consiguió que la ONU optara por el bloqueo a España. Muy poco tiempo después, la conversión estadounidense a instancias de los británicos, que habían visto desde el principio las orejas al lobo estalinista —como en otro tiempo se las viera Churchill, también para escepticismo de todos, a Hitler— movió, merced a ciertas repúblicas hermanas de América y a los países árabes, las fichas de dominó que rompieron dicha exclusión.
Ahora, Polonia acaba de hacer una
jugada maestra, que revela el buen estado de sus reflejos diplomáticos. En
cuanto ha sabido que el Gobierno social comunista español quería ampliar su
presencia en el Consejo del Poder Judicial en un momento crítico de nuestra
historia —en otras palabras, introducir sus propios jueces en los tribunales— ha
actuado, pidiendo a Bruselas que aplique la misma moneda en todos los países de
la Unión Europea. Porque Polonia lleva mucho tiempo sancionada, incluso privada
de voto, por haber renovado los Juzgados dotándolos de jueces —estos sí— para
la democracia y mandando a casa a cobrar su jubilación a los que habían
heredado la plaza del comunismo. Es decir, por sustituir a jueces de troquel comunista
por otros democráticos fue castigada una nación y por intentar relegar a los
democráticos para condicionar la elección de otros bajo criterios de corte
comunista ¿no pasa nada en España?
Los polacos, como digo, han
estado hábiles y raudos. No están aletargados por el dictado del pensamiento
único progre, que ve con buenos ojos el partido único o equivalente mientras
reprende y humilla a un país todo el mundo sabe por qué: porque fomenta la
natalidad y la vida, porque huye del comunismo como de la peste y porque
levanta barreras a la inmigración incontrolada que cobija, como corresponde a
cualquier fenómeno anárquico, la más cruel de las arbitrariedades: la
terrorista. Todo lo cual conduce a la prosperidad, la esperanza y el respaldo
popular; algo que las nuevas tiranías no perdonan.
La reacción polaca ha salvado a
España de caer en un abismo de partido único, aunque en realidad se perpetúe el
bipartidismo como detentador del control sobre el Poder Judicial. La
posibilidad de que los fondos anti-covid peligrasen ha hecho que el PP
descongele su actitud, ofreciendo negociar lo que hasta ahora no quiso pactar.
En el acto, el PSOE ha aceptado el envite y retira por su parte la propuesta de
ley que iba a consagrar la mayoría absoluta, y no los tres quintos, como
frontera para aprobar la composición del Consejo. Es volver al bipartidismo más
rampante, pero al menos no es monopolizar el nombramiento de jueces desde esta
mayoría actual de socialistas, comunistas, separatistas y filoterroristas. Algo
es algo. El PP no perdió un minuto en acusar al PSOE de pretender una reforma “a
la polaca”. Lo de estas criaturas es de hacérselo ver. Así nos va a los
españoles que perdemos el sueño desde que Podemos está en el Gobierno.
Ironías de la historia. Por el momento parece que hemos tenido un golpe de suerte, gracias a una carambola europea, más que nada. En estos momentos se dirime en el ruedo nacional un lance que, aunque de resultados aritméticos inmediatos cantados, si puede importar mucho en las consecuencias mediatas, y ser un serio motivo de preocupación para el llamado líder de la oposición, sino sabe estar a la altura de las circunstancias. Tanto, que puede llegar a jugarse el liderazgo.
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