Escribo estas letras bajo los efectos de una procesión. Alguien pensará en un alucinógeno. Nada más lejos de tal afirmación marxiana, pues me refiero a la religión, aquello que nos religa con nuestra dimensión eterna y que nada ni nadie —ningún poder terrenal— podrá nunca borrar de nuestras neuronas. Vengo de asistir a la salida anual en su paso sencillo y escoltado por cuatro enormes explosiones de nardos de Nuestra Señora de los Reyes, Patrona de la archidiócesis hispalense (Sevilla). Quienes hayan recalado alguna vez, con ánimo penetrante, en la Capilla Real de la Catedral cuyo campanario es la Giralda habrán leído, a la ligera se supone, una frase en latín y letras de plata que luce en el frontal de un dosel bajo el que recibe culto la imagen de dicha Virgen: “PER ME REGES REGNANT” (POR MÍ REINAN LOS REYES). Eso es todo.
¡Y tanto! Cuando yo era niño
había presidiendo el vestíbulo de la casa de mis abuelos, donde yo echaba muchas
horas cada día, algo que nunca comprendí, como tantas cosas de valor, hasta que
dejé muy atrás aquella edad dorada en la que algo te decía que ciertas
cuestiones era mejor no preguntarlas. En el centro, sobre una mesita de madera
circular decorada como todo el mobiliario de aquella sala “a la sevillana”,
encima de un tapete de croché tejido por mi abuela casi ciega, había una figura
de terracota en tonos rojizos y amarillos. Cada tarde, cuando yo volvía del
colegio —dos veces si no almorzaba en el centro— y llamaba al timbre, la figura
encorvada y siempre sonriente— feliz, muy feliz aquella mujer cana que usaba
peinas y siempre estuvo impoluta tras el glaucoma de su ojo manchado de blanco—
me abría las puertas de mi auténtico hogar. Y allí estaba Ella, la Virgen de
los Reyes de pocos centímetros, sonriente también como su hijo, como la hemos
venerado esta mañana miles de ciudadanos de esta urbe y su alfoz, amén de
algunos —muy pocos— turistas.
“A tus plantas se postra Sevilla”,
reza el himno que cada tarde de la novena ha cerrado el culto. Prodigiosa
liturgia católica y tradicional a un tiempo la que se produce todavía en estas “íntimas”
citas sevillanas con la fe y sus personajes más principales. La talla la trajo
otro príncipe con nimbo de santidad: Fernando III de Castilla y otros muchos
reinos, cuando reconquistó Sevilla para restaurar en ella el culto cristiano
que los musulmanes habían arrebatado, “progresivamente”, medio milenio antes.
La sedente venía de Francia. Y estuvo en la tienda del rey durante todo el largo y penoso asedio que terminó
aquel 23 de noviembre de 1248, cumpleaños del príncipe Alfonso, el Sabio. Éste
último fue el que decidió que la Virgen de los Reyes rigiera también el panteón
real donde su padre quiso ser enterrado y donde permanece su cuerpo, expuesto
tres veces al año. De todo ello se deriva el lema que a modo de divisa suprema
manifiesta en qué consiste la realeza de María. Porque en Sevilla —y esto lo
sabemos bien los que acostumbramos a disfrutar esa otra semana santa que son
las “procesiones de gloria”, sin apenas curiosos y con gente que sabe bien a
qué va— la Virgen es Trono y Sagrario, de modo que cuando leemos “PER ME REGES
REGNANT” vemos debajo el icono de dos personas fundidas en una, la Madre que
expone en su regazo la figura regia de un Niño, a la sazón Redentor de la
Humanidad.
Esta lección de trascendencia y
teología fina según una de las ciudades más legendarias y veteranas del orbe
alcanza hoy una presencia inusitada, cuando el concepto de nación, que según
dijo el otro, es “discutido y discutible”, no es que esté en entredicho sino
que es negado precisamente por quienes la gobiernan. No voy a dedicar mucha
atención, tras haberme detenido en verdades tan grandes, a glosar minucias
contingentes, precisamente porque lo son. Cuando cultivo el silencio es —supongo
que mis inteligentes lectores lo habrán entendido así— porque las locuras de
nuestro tiempo y nuestro país aconsejan prestar pocas fuerzas a tanto desatino
tachonado de desvergüenza. Pero escuchar a quien tuvo en su mano gestionar la
peor crisis sanitaria de la España contemporánea (mintiendo, claro está, como con
aquel cuento del “comité de expertos”) decir solemnemente en su toma de
posesión como reyezuelo condal que España ya no existe como nación porque es un
estado plurinacional tiende a sacarme de mis casillas. Así que Cataluña es una
nación pero España no es más que una organización política. ¿La razón? Que a
los señores socialistas les ha salido de las narices sustituir lo que los Reyes
Católicos crearon hace más de quinientos años por un invento federal, que es un
viejo sueño socialista. Y la fórmula para seguir mandando en la Nación
(española, naturalmente) al tiempo que contentan, de momento, a sus socios
secesionistas es ésta del estado federal, que en el acto y por mor de los
citados contubernios se deslizaría hacia confederal.
¡Qué dos planos tan distintos de
una misma realidad! Obviamente, la verdad es sólo una. Hagamos caso a don
Antonio Machado y vayamos juntos a buscarla. Aunque soy muy escéptico acerca de
la capacidad del poder humano, del que los antes aludidos son máximos
exponentes, a la hora de conmoverse con la evidencia: Los reyes no reinan por
sí mismos.
muy bien dich0
ResponderEliminarMuchas gracias Ángel por este emotivo artículo.
EliminarDe niño venía con mis padres cada 15 de agosto desde el Aljarafe para ver a Nuestra Señora de los Reyes .
Gracias Ángel, por dedicar unas verdades históricas a los lectores que disfrutamos con la VERDAD; que cuando la verdad además ensalza a nuestra Señora, estoy segura que el Niño aplaude y con Él reímos todos.
ResponderEliminarGenial artículo, don Ángel. Tan elevado como profundo, tan profundo como sencillo. Muchas gracias por compartirlo. Un fuerte abrazo.
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