Existe un gran
revuelo en torno a los supuestos restos de Miguel de Cervantes en las
Trinitarias de Madrid. Con Cervantes ocurre como con Shakespeare, y en general
con todos los escritores que han sido buques insignia de las letras nacionales
en cualquier país: que todo el mundo los cita y son de sobra desconocidos.
Empezando, claro está, por el guardia que suscribe.
Leo la noticia necrológica sobre don Miguel en los diarios
digitales, o mejor dicho en las ediciones digitales de los diarios, que es cosa
distinta. Y me sorprende tanto culto al tópico, tanta veneración de los
aspectos más espectaculares de los asuntos culturales en un medio que se
caracteriza por su monumental desprecio al lenguaje. Será por deformación
profesional, pero lo cierto es que cada día me duelen más los ojos de fijar la
vista en las erratas de todo tipo —sí, también faltas de ortografía, pero sobre
todo de sintaxis, es decir de semántica— que "adornan" las páginas
web de los periódicos con creciente y alarmante frecuencia y gravedad.
El factor "continuidad" que constituye el gran
rasgo diferenciador de la Prensa electrónica ha desprovisto al producto de
estabilidad, y con ella de ese respeto reverencial que la letra impresa inspiró
siempre. Cuando se imprime en papel, eso queda, para bien o para mal, en las
hemerotecas, y durante veinticuatro horas es imposible enmendar algún error de
bulto. En Internet, todo tiene el valor no ya de lo efímero sino de los
instantáneo. No quedan huellas, a no ser que, como yo, el curioso lector tenga
a mano una cámara para inmortalizar el hecho mediante el consabido
"pantallazo". Voy acumulando, como los antiguos hacían con los
recortes, una colección de memorables deslices que dicen mucho acerca de la
falta de atención que ponen mis colegas en su trabajo. O tal vez de la
ignorancia. O de ambas cosas de consuno, que suele ser lo más habitual.
Las primeras mil veces, lo pasas por alto, en consideración
a las prisas, de las que yo he sido también rehén durante toda mi vida
profesional. Después ya digo, empieza a zaherirte más allá del nervio óptico,
en el reino de los pensamientos, y eso me parece cada vez más sagrado, siquiera
sea porque se va quedando desierto y porque en él radica la libertad personal.
En suma, más cuidado, compañeros, que a este paso lo que le
falta por recorrer al sector hacia su cadalso lo váis a resumir en pocas —y muy
mal escritas— líneas.
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