Los momentos más sobresalientes tienen lugar sin esperarlos y en
la intimidad. Esto es válido para la vida pública tanto como para la privada.
El pasado día 7 de abril, como cada año en dicha fecha, el salón del Almirante
del Real Alcázar acogía un acto sencillo, minoritario y noble en honor de
Alfonso X de Castilla y de León. El Cabildo que lleva su nombre, ejemplarmente
conducido por su maestre, el almogávar Pedro Rodríguez Bueno, tributaba
homenaje al Rey Sabio para conmemorar el día de su muerte, acaecida entre los
muros del regio palacio. En el transcurso de la ceremonia, densa y primaveral,
con un inconfundible fondo sevillano puesto por los vencejos del atardecer, a
la vera misma de la fachada de La
Montería y presididos por el inmenso cuadro de Grosso que
representa la inauguración de la Exposición
Iberoamericana a cargo de otro Alfonso que le sucediera tres
numerales más abajo, se entregaba el premio “Beatriz de Suabia” al mejor
expediente académico de la
Facultad de Geografía e Historia. Lo hacía su decano y la
galardonada era una muchacha de veinticinco años, morena, de inequívocos rasgos
amerindios, bella, atractiva y elegante. Su nombre debe quedar inscrito en las
páginas de este periódico que se despereza: Antuanett Garibeh Louze.
Por azar, me encontraba sentado tras el catedrático Juan José
Iglesias, jefe del Departamento de Historia Moderna, que en su día fue
vicerrector nada menos que de Ordenación Académica. Recuerdo haberle
entrevistado cuando se avecinaba el ciclón Bolonia, y haberme confesado, en
confianza, su escepticismo, refrendado más tarde por los hechos. De pronto, en
medio de la tarde abrileña y despejada, mientras la brisa de aquel patio
legendario e histórico se colaba sin llamar por el portón abierto, Antuanett
tomó la palabra y todo se encendió. Apenas esbozó las primeras, con ese deje
tan lejano que es de aquí mismo, se hizo un silencio respetuoso y atento, como
los antiguos, los que ya no se oyen en las aulas. La voz templada de una mujer
llena de energía inundaba aquel auditorio de señores serios y austeros, y era
como el Cantar de los Cantares en la
Biblia : un clavel reventón en el pecho de Sevilla.
No tuvo desperdicio, ni una gota, la pieza. Mucho menos la
declamación. La oratoria recobraba su remota juventud, su gracia a lo José
María Izquierdo. Estaban también en la mesa el decano, Javier Navarro Luna y el
presidente del Ateneo, Alberto Máximo Pérez Calero. Y habló la musa del
conocimiento. Como decían los rotativos de antaño, “por su interés, reproducimos
a continuación el discurso pronunciado por la señorita Antuanett Garibeh Louze tras
recibir el premio al mejor expediente académico de la
Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de
Sevilla, concedido por el Cabildo de Alfonso X el Sabio:
“Antes que nada, quiero agradecer a los miembros del Cabildo Alfonso X
el Sabio, en especial, al señor Pedro Rodríguez Bueno por estar al tanto con
todos los preparativos y por su entera disposición, al igual que el señor Diego
Gallardo Sánchez. Les agradezco de todo corazón la organización de este hermoso
y solemne acto, del cual me siento muy afortunada y feliz. Es todo un orgullo y
placer estar aquí junto con mis seres queridos. Asimismo, agradezco a la Facultad de Geografía e
Historia de la Universidad
de Sevilla y al señor decano Javier Navarro Luna por proponerme para el
recibimiento del Premio Beatriz de Suabia.
Hace siete años que llegué a España, sin
rumbo, sin un objetivo claro, con la mente dispersa. Empecé a estudiar el
bachillerato, aquello fue todo un reto, era como observar la montaña más alta y
creer que no la podía escalar.
En una reunión de representantes fue mi
madre, y tuvo que oír las dolorosas palabras que una madre dijo aludiendo a mí:
hay una chica que es de fuera que está retrasando el curso. Aquellas palabras
no me hundieron, al contrario, me hicieron más fuerte. Quizás retrasaba el
curso al principio, pero después fui capaz de avanzar, avanzar tanto que volé.
Hice un curso por año y fui un ejemplo de toda la clase de superación.
Allí conocí a mi profesor de instituto que
hoy está presente, José María Alcántara Valle. Él hizo que la historia me
eclipsara, él creyó en mí, él guió mis pasos. Al entrar en la Universidad , aquel
sueño anhelado, viví mi carrera de forma apasionada, me gustaba todo, tenía
interés por todo. Allí estaba Juan José Iglesias Rodríguez, mi padre académico,
mi profesor, que también está presente. Él ha hecho mucho por mí, él también
creyó en mí. Ambos continúan creyendo en mí y a ambos les agradezco toda
vuestra paciencia, consideración, aprecio y buenos y sabios consejos.
La carrera de Historia la he hecho rodeada de
muy buena gente, de amistades eternas, de personas que me han hecho feliz, que
me han aguantado, que para eso hay que tener mucha paciencia lo sé. Pero
siempre han estado y están ahí. Hago mención de agradecimiento especial a mis
cuquis amigas. Y no puede faltarme la gente del Máster, estoy viviendo de las
mejores etapas de mi vida con ustedes. Gracias de corazón, sin vuestra compañía
y amistad, me faltaría una parte importante de mi vida. Los quiero mucho.
Tampoco me quiero olvidar de aquellas
personas que también están aquí y que de alguna u otra manera han irrumpido en
mi vida, o yo en la de ellos, y hemos compartido muy buenos y felices momentos.
Ustedes saben quiénes son. Gracias.
Por supuesto, agradezco a mi madre, ella es
mi pilar fundamental, ella es mi vida. Lamentablemente no está aquí por motivos
de distancia, pero este premio se lo dedico principalmente a ella. Agradezco a
Lorenzo, mi padre español, que siempre me escuchó y me aconsejó. Sin el apoyo
de ellos no estaría aquí y quizás no estaría ni siquiera en España.
Mis siguientes palabras van dirigidas a mi
abuela María. Gracias por todos tus ricos potajes y compañía, gracias al abuelo
que ya no está físicamente pero que está presente en mi corazón.
Finalmente, mi novio, mi amigo, mi mitad, mi
complemento, Marek, gracias por aguantarme, calmar mis nervios y ser mi apoyo
siempre. Te amo.
Llegar hasta donde estoy hoy, conocerlos a
ustedes, estar aquí compartiendo este hermoso momento, uno de los más felices
de mi vida, no ha sido nada fácil. Esa montaña que les mencioné al principio,
la escalé, lo conseguí con vuestro apoyo, por estar rodeada de gente como
ustedes. Pero también trabajé mucho, no ha sido gratuito, he perdido muchas
cosas, pero he ganado más, como hoy, el Premio Beatriz de Suabia, orgullosa me
siento de mí y de recibir este reconocimiento a toda mi trayectoria.
Por último, aunque parezca que todo vaya en
nuestra contra, y con ello me refiero a las Letras y las Humanidades que cada
vez están más relegadas y recortadas, aunque este sistema vaya en nuestra
contra y creamos que no tenemos futuro; siempre hay una luz, una esperanza.
Pero no basta con quejarnos, creo que un 90 por ciento es actitud, es lucha, es
constancia, es perseverancia, es trabajo y trabajo, es esfuerzo. En este caso,
he tenido vuestro reconocimiento aplicando estos valores, pero estos valores
los aplico a todos los niveles de mi vida.
Ahora, estoy recogiendo los frutos de tanto
trabajo, estoy sembrando de nuevo y tengo una nueva montaña que escalar: un
futuro doctorado. ¡Vamos a por ello!
Gracias a todos y a todas.
Buenas noches.”
Ante mí, tras una cortinilla de agua que bañaba mis ojos, el profesor
doctor Don Juan José Iglesias se pasaba una y otra vez, con disimulo, la mano
por el rabillo de los ojos. También lloraba. Era la primera vez que veía, y de
cerca, a un vicerrector derramar lágrimas de emoción. Después he sabido por
Antuanett que él había sido el culpable de sus lágrimas y de las de los demás.
Pero aquí también quiero que sea ella la que se exprese. “Cuando
me dijeron desde el Cabildo que tenía que dar unas breves palabras de
agradecimiento —me escribe—, acudí a mi tutor Juan José Iglesias Rodríguez, que
cito en el discurso, para que me aconsejara. Sabio consejo me dio, me dijo que
hablara desde el corazón, y eso fue lo que hice.”
Esta joven venezolana no lo ha
tenido nada fácil. Su vida fue dura desde el principio por razones que no
vienen al caso. El Bachillerato de Ciencias y Tecnología en el instituto Torre
de Los Herberos de Dos Hermanas fue la rama verdecida de su vida: “Imagínese
usted, recién llegada, había dejado los estudios a los 16 años en Venezuela y
los retomé a los 18 en España. Mi mente oxidada, la educación no es la misma
(aquí hay más nivel) y yo me quedaba atrás. Mucha gente creyó en mis
capacidades, otros no... Salí adelante, a curso por año, y en el 2011 empecé la
carrera de Historia. Todo fue éxitos, sabía lo que quería y sigo queriendo:
dedicarme a la investigación. Ahora estoy cursando el Máster en "Estudios
Históricos Avanzados" en la
Universidad de Sevilla, y estoy en la rama de Historia
Moderna. En cuanto acabe el Máster, pretendo empezar el Doctorado, seguir el
camino de la investigación que es mi pasión.”
Antuanett es española desde
hace sólo un mes. Bienvenida a la Madre Patria, ilustre amiga. Le haces mucha
falta.
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