jueves, 31 de marzo de 2016

ALEGORÍA POLÍTICA DE UNA SEMANA SANTA EJEMPLAR

De todos es sabido que la Semana Santa de Sevilla actúa históricamente como metáfora de la ciudad misma. Si queréis saber cómo es Sevilla, observad a sus cofradías en la calle. Y mirad a la gente comportarse. No sólo conoceréis mejor la fibra de que están hechas, sino que pulsaréis el momento en el que viven.
Esto que apunto ha ocurrido este año mediante un fenómeno tan misterioso como el triángulo de los Bermudas… o quizás no. La Semana Santa se le había ido de las manos no ya a las autoridades sino a los sevillanos mismos. La intentona fallida de ponerse de acuerdo para controlar la situación por parte de las hermandades de la Madrugada era un botón de muestra de hasta qué punto se estaban desbaratando las cosas. La consecuencia automática del desbarajuste arriba es el caos abajo. Los peores instintos de los peor dotados para convivir en paz y armonía, respetando a los demás a través de las fiestas comunes, se iban desatando año tras año, a partir del famoso episodio de las “carreritas” (21 de abril del 2000). Aún no sabemos de cierto qué pasó aquella noche; lo que sí está claro es que fue algo provocado y sobre todo que pudo desencadenar una tragedia. Todos confiaron en que se tratara de hechos aislados, pero el año pasado se repitieron. El Ayuntamiento de Zoido intentó silenciarlo, lo cual dio aún más morbo a la cosa.
Lo cierto es que este año, y por primera vez desde que se instauró el régimen actual, los responsables públicos de Sevilla, de todos los partidos competentes, se han puesto las pilas. Han actuado, simple y meramente, como deberían hacerlo siempre: guiados por el bien común. Algo muy serio debieron ver en la Madrugada del 2015 cuando para ésta, y casi sin que nos demos cuenta, cada uno ha hecho su trabajo ejemplarmente. Ya sé que han influido, tal vez más de lo que parece, los atentados yihadistas de Bruselas. Pero ya desde el Domingo de Ramos se notó un giro copernicano en el planteamiento conjunto de Ayuntamiento y Subdelegación del Gobierno. Sevilla ha funcionado como un reloj esta Semana Santa, y ello se ha traducido en un ambiente humano que nos recuerda los de antaño, cuando la gente sabía a lo que iba y los modales eran exquisitos. Hasta las bullas han recuperado su buen tono.

Si vemos en esta manifestación cultural un reflejo de lo político, los sevillanos estamos de enhorabuena, y debería tomarse nota en ámbitos parlamentarios de cómo el buen hacer y el cumplimiento del deber por parte de las jerarquías sociales tienen siempre un corolario fiel en la respuesta que, de forma instantánea, adopta el pueblo. Cuando los de arriba se coordinan y desenvuelven modélicamente, cuidando con diligencia el orden público y la seguridad de los ciudadanos, éstos cumplen su parte del trato, y el resultado es un balance ejemplar que este año ha devuelto a muchos la ilusión por su Semana Santa. Ahora sólo hace falta que dure.

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