De todos es sabido que la Semana
Santa de Sevilla actúa históricamente como metáfora de la ciudad misma. Si
queréis saber cómo es Sevilla, observad a sus cofradías en la calle. Y mirad a
la gente comportarse. No sólo conoceréis mejor la fibra de que están hechas,
sino que pulsaréis el momento en el que viven.
Esto que apunto ha ocurrido este
año mediante un fenómeno tan misterioso como el triángulo de los Bermudas… o
quizás no. La Semana Santa se le había ido de las manos no ya a las autoridades
sino a los sevillanos mismos. La intentona fallida de ponerse de acuerdo para
controlar la situación por parte de las hermandades de la Madrugada era un
botón de muestra de hasta qué punto se estaban desbaratando las cosas. La consecuencia
automática del desbarajuste arriba es el caos abajo. Los peores instintos de
los peor dotados para convivir en paz y armonía, respetando a los demás a
través de las fiestas comunes, se iban desatando año tras año, a partir del
famoso episodio de las “carreritas” (21 de abril del 2000). Aún no sabemos de
cierto qué pasó aquella noche; lo que sí está claro es que fue algo provocado y
sobre todo que pudo desencadenar una tragedia. Todos confiaron en que se
tratara de hechos aislados, pero el año pasado se repitieron. El Ayuntamiento
de Zoido intentó silenciarlo, lo cual dio aún más morbo a la cosa.
Lo cierto es que este año, y por
primera vez desde que se instauró el régimen actual, los responsables públicos
de Sevilla, de todos los partidos competentes, se han puesto las pilas. Han
actuado, simple y meramente, como deberían hacerlo siempre: guiados por el bien
común. Algo muy serio debieron ver en la Madrugada del 2015 cuando para ésta, y
casi sin que nos demos cuenta, cada uno ha hecho su trabajo ejemplarmente. Ya
sé que han influido, tal vez más de lo que parece, los atentados yihadistas de
Bruselas. Pero ya desde el Domingo de Ramos se notó un giro copernicano en el
planteamiento conjunto de Ayuntamiento y Subdelegación del Gobierno. Sevilla ha
funcionado como un reloj esta Semana Santa, y ello se ha traducido en un
ambiente humano que nos recuerda los de antaño, cuando la gente sabía a lo que
iba y los modales eran exquisitos. Hasta las bullas han recuperado su buen
tono.
Si vemos en esta manifestación
cultural un reflejo de lo político, los sevillanos estamos de enhorabuena, y
debería tomarse nota en ámbitos parlamentarios de cómo el buen hacer y el
cumplimiento del deber por parte de las jerarquías sociales tienen siempre un
corolario fiel en la respuesta que, de forma instantánea, adopta el pueblo.
Cuando los de arriba se coordinan y desenvuelven modélicamente, cuidando con diligencia
el orden público y la seguridad de los ciudadanos, éstos cumplen su parte del
trato, y el resultado es un balance ejemplar que este año ha devuelto a muchos
la ilusión por su Semana Santa. Ahora sólo hace falta que dure.
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