jueves, 29 de septiembre de 2016

SABER O NO SABER

(Publicado en los nueve periódicos del Grupo Joly el 20/9/16)


La Historia de la España que arrancó en los albores de la Transición es la de la libre expresión, pero sobre todo es la de la transparencia. O al menos, así quería ser y bien que lo proclamaba. Un régimen de Opinión Pública y publicada tiene ganada la mitad del camino hacia el triunfo de la honradez. La otra mitad es la que viene dada por la información cabal. Porque de lo contrario, lo que se produce es una pantomima, un grotesco, patético y monumental engaño. No hay día en que deje de trascender un escándalo político o financiero de primera magnitud, y esto tiene dos caras. La positiva es que vamos avanzando en el conocimiento de la verdad histórica de la que se deriva cuanto hoy somos y podremos ser mañana. La otra es que ha tardado mucho, demasiado, en aflorar esa parte de los hechos que siempre nos remite a la sospecha de que hay más escondido y que tal vez nunca alcanzaremos a descubrirlo.
La Justicia en España es lenta y deficiente. Los partidos políticos han sido siempre —cada vez con más compulsiva intensidad— unos virtuosos de las presiones sobre los medios de comunicación independientes. Éstos se debaten, como cualquiera, entre la resistencia numantina y la necesidad de subsistir, que sólo debe venir de la audiencia que atrae a la publicidad. Es preciso arrojo, porque quien hace la ley hace la trampa. Lo estamos viendo todos los días con la guerra de los aforamientos, con la elección de los miembros del CGPJ y del Tribunal Constitucional, amén de tanta racha de viento acre como agita el escenario donde nos movemos.
Desde la trama de los Pujol hasta los “eres” andaluces, pasando por una ruta de corrupciones capaces de polarizar las primeras páginas de los periódicos desbancando a cualquier otra rama de la actualidad, hemos llegado a un punto de nuestra vida colectiva monopolizado por un único objetivo: saber. En tal sentido, la oportunidad que se abre al campo del periodismo —sobre todo el escrito, que es el que marca el paso a los demás, sin importar si es en papel o en pantalla— no tiene precedentes en nuestro país. Hace treinta años creíamos que estábamos viviendo un tiempo áureo en la revelación de la realidad compartida por los ciudadanos. No era así. Entonces sabíamos poco, y después llegamos a saber menos todavía. Es ahora cuando suena la campana del asalto definitivo, porque nos estamos jugando ni más ni menos que la investigación continúe, que no la detenga nada ni nadie, y que lleguemos a saber hasta el último rescoldo de la gran hoguera de vanidades alimentada con el fuego de la mentira en torno al cual se expande el humo de la confusión.
Un pueblo que vive ajeno a lo que sucede bajo sus pies no será nunca una sociedad soberana. La manipulación es la gran enemiga de la salud pública en la que se asienta una democracia de recia estirpe. Lo contrario es feble y por tanto peligroso. Navegamos en un mar cuajado de grandes bloques de hielo sabiendo que la mayor amenaza nos aguarda bajo la superficie del agua. Por eso es tan urgente afrontar sin miedo la catarsis de saber todo lo posible y saberlo ya, de que los sumarios se abran paso con diligencia, sin pereza y sobre todo que ningún juez de España sienta el menor reparo en tirar de la manta, sea o no tiempo de elecciones —lo cual ya es un estado punto menos que crónico. No es de recibo que el TC tenga en un cajón el recurso del aborto años y años, mientras a diario se practican trescientos, hasta quedar ya tan obsoleto como las Siete Partidas de Alfonso X. Ni que se limite a “recordar” una y otra vez a los secesionistas los límites de la Ley, en un ejercicio nemotécnico tan solemne como estéril. ¿Debemos creer que los interpelados son de piedra?

Si tanto luchador como sigue hollando la piel de toro ve que el sistema castiga el delito con presteza y premia al que labora limpiamente contribuyendo al bien común, se activará el músculo no ya de la economía sino de la marcha general de todas las cosas. La función ejemplar de las autoridades lo es todo en una sociedad articulada, como bien sabía Ortega. Ellas son el espejo donde se mira casi todo el mundo, y sólo habrá confianza mutua —la fuente de toda prosperidad— cuando sepamos que nada nos ocultan, porque de ser así, los resortes del estado de derecho actuarán eficaz y rápidamente. Sin listas de espera que conduzcan a la impunidad de la prescripción o descoordinaciones que entorpezcan la acción policial. Tener la verdad por bandera —y conocerla bien— es la mejor garantía de progreso, el cambio que beneficia a todos por igual. 

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