lunes, 1 de diciembre de 2014

LA CRISIS DE LOS MEDIOS

Cuando los medios de comunicación dejaron de serlo para convertirse en meras empresas, comenzó la cuenta atrás de su extinción. Lo que ya conocemos por tales en Internet tiene muy poco que ver con lo que siempre fue un periódico, una emisora de radio o una cadena de televisión. Han perdido, sobre todo, singularidad, esto es poder. Ya sirven a sus amos políticos y plutocráticos, y lo que hemos sido los periodistas —el contrapoder por excelencia— ha quedado suplantado por el colaboracionismo del capital, que anda siempre coqueteando con el dispensador de prebendas.
Así no sorprende que ya no se venda apenas Prensa, que cada vez se vea menos televisión y que la radio sea ya una sucesión de anuncios y tertulias monocordes. Lo que está en tela de juicio es eso que se ha dado en llamar "la casta". No importa que estemos en las antípodas de Podemos, como es mi caso. Llevan toda la razón cuando denuncian a la casta, porque ahí radican casi todos los males sociales que padecemos en España y en Europa. La casta domina los medios porque controla las subvenciones. No lo digo yo, lo dijo Montoro en sede parlamentaria: "Todos vienen a verme". Todos piden árnica, al menos para saldar sus deudas. Pero, al igual que sucede con la gran deuda nacional, la casta —y los medios son parte nuclear de ella— vive de aplazar sus cuentas pendientes, de no hacer sus deberes, de empecinarse en defraudar a una opinión pública más que cansada, extenuada, de pagar el jolgorio y que ya no hace ningún caso de los medios, porque los tiene calados a todos.

¿Hay solución? Claro que la hay, pero creo que está más en manos divinas que humanas, porque o aquí se convierte mucha gente a la gran religión del bien y la honradez, o el Apocalipsis se va a quedar corto.

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