Compartir es palabra mágica que encandila a los demagogos y
a muchos bobos. Compartir, así, a secas, no significa gran cosa. Se pueden
compartir odios lo mismo que amores. Y eso es lo que ha compartido la alcaldesa
okupa de Barcelona, rencores reveladores de su incapacidad para habitar bajo un
mismo techo con aquellos que han jurado proteger su cabeza. También han jurado
defender la cabeza que ella retiró del salón de plenos nada más llegar. Estos
libertadores de indignados sin oficio ni beneficio mueren por cortar cabezas
(recordemos el famoso vídeo de capital iraní en el que el coleta hacía su
peculiar apología de la guillotina). Y ahora les ha tocado a dos militares que
ofrecían las filas del ejército a los jóvenes barceloneses sumidos en una encrucijada
tan fascista como es la de buscar salida a sus vidas laborales.
El coronel y su compañero de armas aguantaron estoica o tal
vez espartanamente el chaparrón con el que la señora Colau quiso reprenderles
por llevar el uniforme. “Ya sabéis —les espetó con tuteo podemita— que el
Ayuntamiento no desea compartir espacios con vosotros.” ¡Qué bien y qué progre!
Por algo estos apóstoles del new age son cruzados del paroxismo deconstructor,
¿no es eso? Los soldados, que están hechos de una pasta inimaginable para doña
Ada, se limitaron a sonreír y callar disciplinadamente. Incluso, en un alarde
de cortesía, le dieron las gracias y los buenos días. Yo, como no me debo al
uniforme, le contesto, en nombre de ellos: Pues resulta, excelentísima señora,
que, le guste o le enoje, da igual, comparte usted día y noche todos los días
del año —y éste es bisiesto— el mismo techo con esos señores a los que pretendió
despreciar. Porque ellos vigilan su cielo y su suelo; es decir, que se juegan
la vida para que usted pueda seguir disfrutando de su espacio aéreo, que por
cierto es el mismo que el mío y el de otros cuarenta y ocho millones de
españoles entre los que se encuentran, en lugar de honor, sus sufridos
interlocutores.
Yo que ellos, me hubiera tomado una copa de vino español a
la salud de la grosera alcaldesa de Barcelona, la misma que programa oraciones
blasfemas —¿satánicas?— en el salón noble del Ayuntamiento. Eso sí, le hace
ascos a los militares, con quienes no quiere compartir espacios. Pues ya sabe,
amiga, ajo, agua y resina, que lo que hay en España es de los españoles,
empezando por el aire que respiramos usted, esos dos guardianes de nuestra paz
y yo.
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