domingo, 24 de julio de 2016

El bloqueo

Pase lo que pase durante los próximos meses en España y fuera de ella, lo cierto es que se apodera de nuestras vidas públicas una extraña sensación de bloqueo que unos asociarán a la calma chicha y otros a la normalidad, según se hallen encuadrados en el redil de los apocalípticos o de los integrados como quería Eco. Para ceñirnos a nuestro país, hemos de reconocer dos cosas: por un lado, resulta evidente que sin renovación gubernamental todo parece funcionar aceptablemente bien; por otro, el bloqueo se traduce en un engolfamiento letárgico que atenúa las preocupaciones encapsulando sus causas. Por ejemplo, la prima de riesgo baja pero la deuda sube. ¿Alguien lo entiende? Los indicadores empiezan a describir esa línea zigzagueante que podría sacarnos del muermo o condenarnos a no saber nunca a ciencia cierta qué está pasando.
Las contradicciones han sido siempre un rasgo distintivo de los partidos políticos, y en una partitocracia como la nuestra no mostrar nunca todas las cartas se ha convertido en una baza para ir ganando partidas hasta la derrota final. El paro baja, pero la destrucción de empleo sube; las hipotecas suben, pero el negocio bancario roza la bancarrota; el consumo sube, pero la confianza empresarial baja. Estamos en puertas de asistir a la gran paradoja: que todo suba y baje al mismo tiempo. El déficit sube, pero no tanto como para que nos multen. El IPC se queda más o menos como estaba —congelado desde hace años— pero los impuestos suben un 13,5 por ciento (hablo sólo de este año y de un ayuntamiento costero de rango medio como el de Isla Cristina). Lo único que todo el mundo entiende es que aquí el que no corre vuela y que algo huele en el ambiente como en la DGT o en Escandinavia.
Hace muy poco me contaban que un conocido socialista incurso en el escándalo de los eres falsos se gastaba en comilonas del orden de 30 euros por comensal en mesas de veinte como quien no quiere la cosa. Aquí muy poca gente ha hecho sus deberes, razón por la cual existe ese marasmo de fondo que ha obligado a repetir las elecciones sin que las posiciones en el tablero se hayan movido, como no sea la irrupción del gran sorpasso que constituye haberle puesto un techo inesperado al retorno de los comunistas. Pero los que engañaban siguen viviendo del cuento, los que robaban siguen haciéndolo —aunque ahora sabemos más cosas gracias al correo electrónico y a la Guardia Civil— y sólo cambia, siempre progresivamente, el porcentaje de nuestro dinero que succiona el Estado en sus distintas instancias.
El bloqueo tiene, no obstante, una raíz “inmaterial”, y es que nadie (y cuando digo nadie me refiero al arco parlamentario) es capaz de anteponer los intereses nacionales a los particulares. España es rehén de un sistema, y sobre todo de una mentalidad, que impide gobernar con libertad, porque desde los distritos municipales hasta la presidencia de las audiencias provinciales, pasando por el largo rosario de puestos públicos hasta llegar al único inmutable, todo, absolutamente todo, está negociado con su correspondiente toma y daca y depende de unos pactos. Muestras: Las alcaldías de Sevilla, Cádiz, Madrid o Barcelona; las comunidades autónomas de Andalucía, Cataluña, Valencia, Castilla La Mancha, Extremadura; algo así como un colador de plazas de mando y asesoramiento que ocupara el espacio aéreo del territorio nacional, como la alcachofa de una regadera encargada de distribuir el presupuesto común.
Esto es un mecano —prefiero eludir lo del castillo de naipes, para no atraer el mal fario— de modo que si cambias una pieza, lo demás no encaja. Va de abajo arriba, así que cuando llega la hora de construir el nivel superior, el del BOE, las leyes orgánicas, el Poder Judicial, las Fuerzas Armadas y de Seguridad y las relaciones internacionales —la economía no sabemos ya dónde se decide— es casi imposible no alterar los demás puntos sensibles del conjunto, con el resultado más temible para un partido: perder dominios.

Si nuestros políticos, y el uso que se ha hecho desde el principio de nuestra Constitución, pensaran en la Patria antes que en nada más, como hacen en otros lugares, otro gallo nos cantara, y se hubiera formado un gobierno fuerte con presidente efectivo desde hace mucho. Pero ya ven: aquí nadie da puntada sin hilo, lo único que importa es la bolsa —la de cada uno, como se acaba de ver con las claves para la elección de la mesa del Congreso— y el partido, ese dios al que todo se rinde y cuyos sacerdotes queman en su altar el incienso del poder para eternizarlo en el podio.

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