miércoles, 6 de julio de 2016

La Avenida como paradigma del fracaso

Nos vendieron que la Avenida de la Constitución iba a ser recuperada por el pueblo sevillano a través de su peatonalización. Que iba a ser liberada de la odiosa presión de los tubos de escape y de la prepotencia de los automovilistas. Que los viandantes íbamos a ganar en espacio público transitable y que todo iba a ser más idílico, humano y hasta verde. Un tranvía iba a sustituir no a los autobuses sino al metro que el primer Ayuntamiento socialista había parado so pretexto de que se iba a caer la Catedral cuando lo que no había era capacidad de gestión económica. Todo iba a ser de dulce: aire más puro, menos ruido, aceras tan anchas como la calle misma. Nuestros hijos iban a poder disfrutar de su ciudad dejando atrás la oscura costra del pasado inmediato.
Al cabo de los años, ¿qué tenemos? Una argamasa de solanera sin árboles de sombra por la que andar es tan complicado como ir mirando al suelo para seguir la senda tortuosa que unas chapitas (me recuerda a Jacques Tatí) te van indicando para que respetes a: el tranvía, que dispone de su playa de vías y a menudo circula a velocidades incompatibles con el ser humano que va a pie; las bicicletas, que como todo el mundo sabe gozan de una suerte de discriminación positiva que las hace potencialmente siniestras; los cantantes, perroflautas, músicos, patinadores, manteros, artistas de tablaos flamencos, estatuas más o menos demoníacas, equilibristas, prestidigitadores, mendigos y pedigüeños, lisiados o no, venidos de todos los puntos de la Europa comunitaria y más allá, baterías de roqueros, así como un sinfín de cajas acústicas que inundan de vatios el ambiente otrora inundado de motores. Hay también comparsas y chirigotas, habitantes que se arrebujan en los recovecos de los establecimientos donde tienen sus “hogares” de cartones regados con tetras de vinos baratos. Una semana al año, hay cofradías y sillas. Y una vez al año, la procesión del Corpus. El resto del tiempo, nuestro Ayuntamiento, el mismo que hace ondear por encima de las banderas constitucionales la del movimiento transgresor de moda, nos educa con una aliteración de murales fotográficos que valdrán una fortuna y mediante los cuales nos enseña cómo debemos pensar, sentir y comportarnos. ¡Qué gran maestro nuestro Ayuntamiento! Ahora ocupa el escaso espacio que deja el muestrario humano antedicho y los omnipresentes veladores del parque temático para turistas —este sábado sólo para uno— una “exposición” de grandes carteles provocadores. Aconsejo a las familias con niños que tomen la acera de enfrente, la que linda con el Banco de España, si no quieren verse obligados a responder a preguntas harto incómodas y para las que sólo son válidas las respuestas bendecidas por el establishment que administra la actual clase política española, de la que nuestro alcalde, gran cofrade, es un privilegiado exponente. Dicen que es para integrar y acostumbrar a la gente a ver eso como algo normal. ¿Y si la gente no quiere? ¿Cómo se le obliga?

El padre Estudillo ponía en el membrete de sus cartas “Avenida de José Antonio (ahora Constitución)”. ¡Si el gran aficionado taurino, con su sempiterna sotana, levantara la cabeza!

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