Nos vendieron que la Avenida de
la Constitución iba a ser recuperada por el pueblo sevillano a través de su
peatonalización. Que iba a ser liberada de la odiosa presión de los tubos de
escape y de la prepotencia de los automovilistas. Que los viandantes íbamos a
ganar en espacio público transitable y que todo iba a ser más idílico, humano y
hasta verde. Un tranvía iba a sustituir no a los autobuses sino al metro que el
primer Ayuntamiento socialista había parado so pretexto de que se iba a caer la
Catedral cuando lo que no había era capacidad de gestión económica. Todo iba a
ser de dulce: aire más puro, menos ruido, aceras tan anchas como la calle
misma. Nuestros hijos iban a poder disfrutar de su ciudad dejando atrás la
oscura costra del pasado inmediato.
Al cabo de los años, ¿qué
tenemos? Una argamasa de solanera sin árboles de sombra por la que andar es tan
complicado como ir mirando al suelo para seguir la senda tortuosa que unas chapitas
(me recuerda a Jacques Tatí) te van indicando para que respetes a: el tranvía,
que dispone de su playa de vías y a menudo circula a velocidades incompatibles
con el ser humano que va a pie; las bicicletas, que como todo el mundo sabe
gozan de una suerte de discriminación positiva que las hace potencialmente
siniestras; los cantantes, perroflautas, músicos, patinadores, manteros, artistas
de tablaos flamencos, estatuas más o menos demoníacas, equilibristas,
prestidigitadores, mendigos y pedigüeños, lisiados o no, venidos de todos los
puntos de la Europa comunitaria y más allá, baterías de roqueros, así como un
sinfín de cajas acústicas que inundan de vatios el ambiente otrora inundado de
motores. Hay también comparsas y chirigotas, habitantes que se arrebujan en los
recovecos de los establecimientos donde tienen sus “hogares” de cartones
regados con tetras de vinos baratos. Una semana al año, hay cofradías y sillas.
Y una vez al año, la procesión del Corpus. El resto del tiempo, nuestro
Ayuntamiento, el mismo que hace ondear por encima de las banderas
constitucionales la del movimiento transgresor de moda, nos educa con una
aliteración de murales fotográficos que valdrán una fortuna y mediante los
cuales nos enseña cómo debemos pensar, sentir y comportarnos. ¡Qué gran maestro
nuestro Ayuntamiento! Ahora ocupa el escaso espacio que deja el muestrario humano antedicho y los omnipresentes veladores del parque temático para turistas —este
sábado sólo para uno— una “exposición” de grandes carteles provocadores.
Aconsejo a las familias con niños que tomen la acera de enfrente, la que linda
con el Banco de España, si no quieren verse obligados a responder a preguntas
harto incómodas y para las que sólo son válidas las respuestas bendecidas por
el establishment que administra la actual clase política española, de la que
nuestro alcalde, gran cofrade, es un privilegiado exponente. Dicen que es para
integrar y acostumbrar a la gente a ver eso como algo normal. ¿Y si la gente no
quiere? ¿Cómo se le obliga?
El padre Estudillo ponía en el
membrete de sus cartas “Avenida de José Antonio (ahora Constitución)”. ¡Si el
gran aficionado taurino, con su sempiterna sotana, levantara la cabeza!
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