sábado, 16 de julio de 2016

Historiografías vírgenes

Es tiempo de lecturas aparcadas durante el invierno laborable y la primavera sensual. Los que sentimos debilidad por la Historia pasamos entre brisas marinas páginas que siempre nos traen noticias inéditas para nosotros, con la vibración de un periódico atento a la actualidad… de hace décadas o siglos. Nada hay más vivo que la Historia, ya que ésta revive en nuestra mente, en nuestra conciencia, incluso en nuestro corazón en el momento mismo —ahora— de asistir a la “novedad”, de conocer algo que hasta ese acto de aprehensión del pasado, ignorábamos.
Repasando hechos de otrora, he caído en la cuenta de algo que me parece especialmente grave, sobre todo para generaciones venideras (que por otra parte, ya están aquí). Se trata del clamoroso vacío historiográfico que afecta a lo contemporáneo, al menos en España. Y entiendo por tal no lo que nos enseñaron hace cuarenta años que lo era. Uno de los mayores sinsentidos del estudio científico de la Historia es esa clasificación absurda por la que la Prehistoria no es Historia —excuso decir todo lo anterior— y los términos “antigua”, “media”, “moderna” y “contemporánea” se aplican desde la perspectiva de unos señores que ya son también Historia.
Cuando hablo de contemporánea me refiero a coetánea de nosotros mismos. Mañana será otra cosa para los que nos sucedan, pero hoy por hoy es nuestra Historia vital, la que ha acompañado nuestro crecimiento y madurez; incluso la que ha determinado nuestro contexto inmediato, el día a día de nuestra particular historia que se cerrará con el final de nuestros días. Esta Historia casi carece de historiografía, porque lo que hay, al menos de la Guerra Civil en adelante, es más bien un arsenal de libelos antifranquistas a gran escala editorial y un puñado de monografías, de muy restringida difusión, con aroma hagiográfico.
El origen de este fenómeno, como el de tantos otros, hay que buscarlo en la politización de la Universidad, en cuyo seno se ha desarrollado siempre la actividad historiográfica. La Universidad española, que caminaba hacia la verdadera autonomía cuando fue cautivada (como casi todo) por el socialismo rampante, es, hoy por hoy, presa de servidumbre financiera por parte del poder político. En un sistema partitocrático, lo que no gusta a quien tiene la sartén por el mango, sencillamente deja de existir. O sólo se permite que exista cuanto sirve a la necesidad de subrayar los aspectos más siniestros del enemigo. Es una guerra intelectual de la que han sido víctimas los españoles nacidos del año 80 en adelante, los que tenían seis años cuando entró en vigor la nueva legislación educativa y su filosofía partidista de la mano de Felipe González y José María Maravall.
Desde entonces, las Universidades —¿qué decir de los medios de comunicación, sobre todo la televisión, la gran niñera de los nuevos españoles?— o bien investigan y publican sólo las vertientes más negativas del franquismo o bien simplemente silencian cincuenta años de la Historia de España. Esta realidad acaba calando en las demás etapas educativas, contaminando los libros de texto escolares —de préstamo o virtuales— y, por supuesto, la formación del profesorado.
El resultado es un vacío que mutila nuestro conocimiento de unos años que, gusten o no, han modelado nuestra manera de ser, nuestra vida cotidiana, nuestra visión del mundo y nuestra capacidad de educar a nuestros hijos. Claro que también el bienestar económico que hoy se cuartea hunde sus raíces en aquel tiempo que algunos titularon “de silencio”. Y puede que aquí se halle la explicación acerca de por qué no se da a conocer nuestra Historia de la guerra en adelante. Es preferible encargar informas interesados —y salpicados de errores garrafales— para cambiar el nombre a las calles.
Echo de menos que alguien indague en los archivos de las instituciones y corporaciones del Estado entre 1936 y… hoy mismo. Quisiera que alguien me mostrara, de forma divulgativa y a un tiempo respetuosa de la técnica objetiva, qué hicieron la Cortes, los ministerios, la Jefatura del Estado, los Gobiernos civiles, el Ejército, la Justicia, la Iglesia, las diputaciones y los ayuntamientos de cada población española durante ese periodo. Porque en 1939 no se produjo un big bang que detuviera el quehacer de una nación como España. La Historia, como el río de Heráclito, nunca se congela, siendo realmente la misma. Y más allá de que sea preciso conocerla para dominarla y que no repita sus capítulos más funestos, los ciudadanos de 2016 —y los que nos sigan— tenemos derecho (sí, derecho, que no sólo existe el de votar) a saber de dónde venimos, siquiera sea para reconocer los peligros a los que algunos nos pueden llevar otra vez.

Coda: Y sobre todo porque el presente siempre debe interpretarse a la luz del pasado, lo cual puede iluminar numerosas vergüenzas que unos y otros (ya me entienden) desean a toda costa ocultar.

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