Había pensado escribir artículos
con títulos como “Carta apócrifa de un ciudadano perdido” o “Son la LMH y la
ideología de género la nueva Constitución española? Pero ya no recordaba que
hoy el Partido Popular elegía entre más de lo mismo o reencontrarse consigo
mismo. El móvil —me rindo, es el nuevo periódico— me ha traído la esperanza.
Con ese sabor refrescante, incluso redentor, que da lo inesperado a las buenas
noticias. Sinceramente, creo que a los españoles de buena voluntad nos ha
tocado la lotería.
Pablo Casado va seguido a menudo
de Adolfo Suárez Illana. Y no es por casualidad. El heredero de aquel
presidente que sembró la ilusión y la confianza en los españoles convencidos de
que sin Franco no podía haber franquismo, el que quiso ser torero y ya sabe,
por tanto, desde joven de fracasos no sólo taurinos —tal vez de ahí le venga el
pelo precozmente blanco en el hijo de quien conquistó España bajo un macizo
azabache impolutamente peinado y fijado— sigue al nuevo presidente de la
derecha española como un suplente. Quien no estaba ayer, ni se le esperaba, era
Arenas, el gran perdedor de elecciones, ahora como padrino, que también peina
canas desde hace tiempo y calza, como yo, barriguita cervecera. Y es que el
templete de la Cruz del Campo sevillana marca, sobre todo como estación del vía
crucis que dio lugar a la Semana Santa.
Yo pensaba escribir,
precisamente, de la obsesión socialista por desenterrar muertos de camino que
se entierran puestos de trabajo. Quería advertir de la amenaza cierta del
totalitarismo sovietizante, que está a la vuelta de la esquina de la calle San
Luis, donde mismo ardieron en una noche tres iglesias, al costado de la tumba
de Queipo de Llano. La Macarena no fue pasto de las llamas porque la habían
escondido en un cajón y después en un sótano de una calle muy lejana. El cajón
se puede ver, junto a unas espeluznantes fotografías, en el museo de la
Hermandad. Y quería hablar también de la torpeza de quien intenta exhumar
restos sin permiso de sus familiares ni de los custodios de ellos, basándose en
un pleito ganado por unos familiares que lograron sacar a cuatro de los 33.872 sepultados bajo la cruz de Cuelgamuros.
Pero no merece la pena. El futuro
está en los valores, algo que algunos no podrán comprender nunca, dada su
inmadurez perpetua y su alto grado de dependencia del resentimiento. Y los
valores, desde hace unas horas, vuelven a estar en el partido que ganó las
últimas elecciones. No hay más que ver el gran titular del periódico de la
progresía socialista para darse cuenta de que algo muy gordo ha cambiado en el
Partido Popular desde que Rajoy fue defenestrado por los amigos de esa media
España que no existe sino en sus contusionadas imaginaciones. No hay medias Españas.
Hay una sola, que ayer recuperó el pulso, la sístole y la diástole de un debate
abierto de ideas claramente postuladas. De la anemia ideológica se ha pasado al
programa concreto, certero, identificable, distinto: Libertad, Familia, Vida, Distensión
Fiscal, Unidad nacional. Y lo demás, que sean racimos que nazcan de esta parra.
Era exactamente lo que España necesitaba
en este momento, además de un líder que transmitiera vivencia de todos ellos;
es decir, de una familia, él, ella y dos niños, que supongan para quienes les
contemplan un porvenir envidiable para el mar de votantes en potencia que, con
estos mimbres, sin duda se aproxima.
El curriculum político de Casado
se ajusta perfectamente a los requerimientos de un PP regenerado. Lo tiene
todo. Y quienes quisieron crucificarlo con los papeles del “master” lo que han
conseguido es ahondar en la tremenda crisis de solvencia de la Universidad
española, manipulada hasta extremos impensables hace decenios por los caciques
de cada feudo. A Cifuentes se la llevaron por delante dos tarros de crema, no
su expediente académico. Baste recordar que, según la presidenta del tribunal, eso
de estampar firmas de ausentes era práctica común. Por cierto, ¿lo sigue
siendo? El asunto está sub iudice, aunque la manoseada opinión pública ya
emitió su dictamen al dictado en cuestión de minutos.
Pablo Casado ingresó en el PP con
22 años, siendo estudiante de Derecho. Fue presidente de Nuevas Generaciones,
diputado en la Asamblea de Madrid, jefe de Gabinete de un Aznar declinante y ya
fuera de la Moncloa desde hacía cinco años, vicesecretario de Comunicación de
Rajoy para lidiar con la Prensa en los primeros momentos de la ola de
corrupción (“¡Estamos hasta las narices!”, exclamó en una rueda de prensa).
Tiene 37 años. Esperanza Aguirre le puso como condición para que fuera diputado
acabar la carrera (licenciatura de cinco años). Después, cursó el master que,
dicho sea de paso, es una inutilidad en esta Universidad nuestra. Ha vencido a
Soraya Sáenz de Santamaría limpiamente, partiendo de una posición sumamente
competitiva, cual es no haber metido la pata ni abdicar de ningún valor
sustancial. Porque ha visto lo que ha pasado: que el PP ha perdido el Gobierno
sin perder las elecciones y con un nivel de corrupción muy inferior al de otros
partidos porque cuando tuvo mayoría absoluta se olvidó de esos ideales que
ahora Pablo Casado rescata, dándoles nuevos bríos juveniles. Le queda recuperar
los tres millones de votos que la amnesia ideológica se dejó perdidos por el
camino. Suerte, vista… y al toro.
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