Alguno exclamará irónicamente “¡Ojalá!”.
No creo, empero, que el titular sea un alarde de optimismo. El día que la
partitocracia desaparezca del primer plano nacional, la democracia se
estrenará. Sostengo, modestamente, que la verdadera libertad del pueblo español
desapareció el día en que los partidos secuestraron el sistema, a golpe de
listas cerradas, cúpulas endogámicas, subvenciones a los medios, oenegés,
sindicatos y otros “agentes sociales”; condonaciones de créditos y manipulación
de instintos más o menos confesables de los que todos somos portadores.
El mecanismo de perversión de las
reglas es muy sencillo. Se trata de un círculo vicioso, cuya correa de
transmisión es la mentira. El político miente, el periodista repite la mentira,
el ciudadano se la cree si le halaga los oídos, y vota al político, que vuelve
a comenzar el ciclo de la cadena ecológica que configura el medio ambiente
partitocrático. Puede incluso que todo ello sea inconsciente o semiconsciente,
como el estado en el que algunos terminan las despedidas de soltero. Sólo una
catarsis o el reseteado del eslabón básico por causas muchas veces fortuitas
puede romper la manía de Sísifo.
Conservo muy fresco el recuerdo
de una historia que viví siendo un jovencísimo reportero y que constituyó tal
vez la primera experiencia ante la que no tuve más remedio que abrir los ojos y
reconocer la ya bastante miserable realidad de la política española. Para mí
constituyó un escándalo en aquel contexto primaveral de la transición. Un joven
concejal intentó abusar de mi inocencia profesional y de mi bisoñez dictándome
por teléfono una intervención pública que según él había pronunciado aquella
mañana, y que apenas coincidía con los apuntes que yo había tomado. Sellé mi
futuro, probablemente, al ignorar su versión y publicar la que yo había
escuchado. Desde entonces apenas ha cruzado una palabra conmigo, y ha llegado
muy alto (hasta hoy).
Los temblores telúricos acaecidos
desde el 11-M para acá, con la gran traca que ha llevado al poder a todos los
que no han ganado ni en las urnas ni en las encuestas, no pueden dejar las
cosas como estaban antes de aquella terrible mañana cuyos efectos perduran hoy
como entonces. Desde aquel aciago día, España se ha precipitado por una
pendiente ruinosa que empieza y espero que termine en un líder socialista. El
primero no ganaba ninguna encuesta antes de que detonaran las bombas; el
segundo quedaba cuarto en los sondeos hasta que se puso de acuerdo con la
marginalidad para arrebatar la Moncloa al anterior ganador y las elecciones a
Ciudadanos (además de vetarle a Vox la entrada en el Parlamento).
Los grandes partidos de siempre
viven su agonía. La del PP es visible. Sólo el joven Casado podría remontar,
muy relativamente. La otra, la del candidato triunfante que no es diputado ni
ha ganado nunca unas elecciones más allá de los recintos de su partido, está
cantada para quien intente observar desapasionadamente cómo el engaño sigue
siendo el gran ariete socialista. Nada o casi nada de cuanto ha anunciado el
PSOE será viable. Todo o casi todo se irá hundiendo —lo está haciendo ya— en el
mar de lodo en el que la demagogia embustera de la izquierda española suele
sumergir a la política. Su final será mucho más rápido de lo que se esperaba,
porque los chacales de la agitación callejera ya se están devorando unos a
otros, y sin ellos los enjuagues institucionales no funcionan.
Es verdad que el mundo mediático
sigue siendo suyo y que los resortes pseudoinformativos están aún bajo su
férula. No en vano, durante más de treinta años han ido construyendo, unos y
otros, un entramado de gabinetes de prensa y propaganda que sirve de
cortafuegos a cualquier difusión masiva de las vergüenzas más incómodas. Pero
resulta que además de “medios” de comunicación hay tribunales de Justicia. De
momento, nada menos que 750 jueces han elevado al Consejo Consultivo de Jueces
Europeos (éste sí un órgano neutral) una denuncia por el “linchamiento” que ha
supuesto el espectáculo político, mediático y urbano (es un decir, por aquello
de la urbanidad) en el caso de “la manada”. Han puesto el dedo en la llaga del
ex ministro Catalá. Pero en realidad, lo que les acucia es la invasión por parte del Ejecutivo y el Legislativo, vía “medios”, del Judicial. Una “colonización”
que viene prácticamente desde el principio de nuestra democracia y que la ha
contaminado hasta el punto de que Europa se ha creído el cuento chino de los
separatistas.
Así las cosas, esto no da para
más. La avalancha de detenciones, imputaciones y operaciones judiciales contra
cargos de la izquierda, principalmente en Valencia, donde surgió la “Gürtel”,
apenas ha conquistado en las televisiones un uno por ciento de lo que sí ha
acaparado, por ejemplo, la propuesta de Podemos de multar los piropos. Así
estamos. Pero los jueces son pacientes, y hacen, por lo general, muy a
conciencia su trabajo. No como los políticos instalados en el poder, bien sea
por la puerta formal o por la falsa.
“Roma” caerá por sí sola, y
entonces, como ya sucediera antes, la verdad se irá imponiendo sobre los
escombros de un imperio que la debilidad humana y sobre todo la falacia dejaron
derrumbarse. Lo resultante, que como siempre no estará exento de barbarie, ha
de ser, con todo, prometedor, un paisaje en el que, por fin, podamos respirar
un aire más puro, con diésel o sin diésel, cada mañana al salir de nuestro
portal.
Análisis ciertamente pesimista que no voy a discutir. Pero no coincido en que de este apocalipsis de la partitocracia, surgirá la apocatástasis que abrirá un arcádico horizonte en el devenir de nuestra atribulada historia contemporánea. Porque esta visión en el fondo, si no he comprendido mal es la podemita, que pretende invalidar esta democracia por estar aquejada del pecado original de la Transición. De ahí su doble interés en remover la tumba de Franco y en crear una comisión de investigación sobre las grabaciones de Corina sobre el Rey Emérito. No se justifica pasar de la alabanza universal de nuestro modelo de transición democrática —sin negar los defectos inherentes a toda obra humana—, a atribuir la genealogía de todos nuestros males presentes a aquél proceso político.
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