Las extrañísimas circunstancias
históricas gracias a las cuales ha llegado al poder el sucesor de Rajoy y de
Zapatero introducen al país en un escenario digno de Ionesco. Un partido que no
ha ganado las últimas elecciones dirige la política nacional mediante un líder
hasta fecha reciente ninguneado por los suyos, que no es representante de la
soberanía nacional pues carece de escaño y que para llegar a su meta —o a su
línea de salida— ha precisado de un plantel de apoyos antisistema o antiespañoles.
Realmente, la capacidad de encaje del espectador ante una obra como ésta debe
estar fabricada a prueba de los mayores sinsentidos.
Pero entre todos los rasgos
grotescos que rodean un episodio ciertamente contrahecho de nuestro acontecer
colectivo, hay uno que destaca y que nos devuelve al concepto errático y
últimamente en desuso de “cambio” y de “transformación social”. Es el modelo
que propugna cada uno de esos ingredientes de la coctelera que ha hecho posible
un Gobierno socialista sin urnas de por medio. Debemos estar alerta, porque
esta palabra, “modelo”, va a estar omnipresente en los debates de los próximos
meses. Es la famosa factura que los dalinianos socios de Sánchez le van a pasar
ya mismo, sobre todo tras el jardín en el que el presidente se ha metido, él
solito, con el espinoso asunto de los inmigrantes, un drama humanitario mundial
que desembarca ya masivamente en nuestras costas del sur de Europa sin que se
atisbe en el horizonte solución estable alguna.
¿Cómo será el nuevo modelo de
sociedad que los manteadores de Sánchez van a exigirle? ¿Es a esto a lo que se
referían los de Podemos cuando coreaban, para celebrar en sede parlamentaria la
proclamación del presidente que desbancaba al que sí había ganado los comicios,
aquello de “¡Sí se puede!”? Porque la ingenuidad en política democrática se
paga muy cara, y todos sabemos —aunque muchos finjan ignorarlo— que el “modelo”
que daba entonces un paso de gigante no era el de la socialdemocracia,
implantada en España incluso antes de Felipe González a través del Estado del
Bienestar, sino algo mucho más ambicioso y radical, gestado por las bases de
esos grupos marginales consolidados en las instituciones tras acosarlas y que
por supuesto no se van a conformar con ver a Rajoy en Santa Pola y a Pedro
Sánchez en el banco azul.
Se avecinan, creo, tiempos duros
porque los cambios de modelo no vienen sin dolores de parto. Nadie sabe si,
como en Cataluña, las triquiñuelas electo-administrativas nos llevarán a que
una escasa diferencia, si acaso, de población establezca el dominio de los que
quieren “cambiar el modelo” sobre la totalidad. Porque si echamos números,
Sánchez es presidente por un escaso 3 por ciento del Congreso. Ésta es la
mayoría que hizo exclamar, a golpe de palmas, a los ocupantes de 67 escaños (de
350) “¡Sí se puede!”. Cambiar España con un 3 por ciento de ventaja en una
votación coyuntural en la que se dirimía una censura más que una investidura
sería, cuando menos, un peligroso atrevimiento.
Los tiempos canónicos marcan un
plazo muy ajustado para que el rival de Susana Díaz en las primarias lleve a
cabo mutación alguna, al menos del relieve que le van a formular sus sostenedores.
Con un margen del 3 por ciento, ningún gobernante en su sano juicio se lanza,
por ejemplo, a promover la reforma de la Constitución. Entre otras cosas por la
razón que siempre echa para atrás cuando se aborda dicho punto: metidos en
faena de reformas constitucionales, la tentación de echar por la borda la
Constitución misma está a la vuelta de la esquina. No hace falta ser historiador
para comprender el alto voltaje de los cables que se manejarían entonces y que,
salvo chispazos pasajeros, nos han dado luz hasta hoy.
Tienen prisa. Los del 3 por
ciento saben que el resquicio que ha permitido echar a Rajoy —llámese Gurtel o
como se llame— va a estar abierto año y medio. Sánchez quiere predisponer al
pueblo español para que le vote, pero los otros no quieren eso, sino algo
inmensamente más grave e irreversible, como se ha demostrado en Cataluña y se
ve cada día en los intentos de toma de la Justicia por “la calle”. La
responsabilidad del PSOE en todo esto (y me refiero a sus militantes, que
eligieron a Sánchez) se puede calificar de trascendental. ¿Romperá este partido
los consensos de la transición con tal de mantener ese 3 por ciento de rédito
parlamentario? Veremos.
(Publicado en los diarios del Grupo Joly el 3 de julio de 2018)
¿Soy la única a la que le preocupa eso que ha dicho la Portavoz(a) del Gobierno de que "la legalidad irá por un lado y la política por otro"?
ResponderEliminarLa problema es que son demasiados los políticos que se creen al margen de la legalidad, o, lo que es peor, por encima de la Ley. De esos polvos...