lunes, 15 de febrero de 2016

LAS CORRUPCIONES NUNCA VIAJAN SOLAS

Contaba Álvaro Baeza en un ya lejano libro —empero de palpitante actualidad— que siendo José María Aznar jefe de la oposición y cuando se disponía a entrar a matar parlamentariamente al PSOE a raíz del caso Juan Guerra, recibió una notita que sólo ponía un nombre. Como por ensalmo, el flamante líder del PP enmudeció y apenas pasó de puntillas por el primer gran escándalo de corrupción de los muchos que arrastra el partido de los cien años de honradez (“y ni uno más”).
¿Qué ponía aquel billete —je, las ironías del lenguaje? Según el intrépido periodista, un nombre y unos apellidos. Pero, ¿qué extraño poder de disuasión contenía aquella identidad como para reconducir un debate de las Cortes en el que se iba a dejar en el diario de sesiones huella perdurable acerca de cómo un vicepresidente del Gobierno puso a su hermano un despacho de la Delegación en Andalucía para apañar prebendas? Muy grave debía ser lo que aquella rúbrica representaba y de estopa carnicera. Sabido es —o era, porque a las generaciones que “ellos” han educado y a las que ahora necesitan para poder gobernar probablemente ni les suene la historia— que el hombre de teatro, perito industrial y licenciado en Filosofía y Letras que corrigió las destinos patrios junto al todavía hoy incontestable Felipe González no se caracterizaba precisamente por su piedad, aunque fuera el encargado de llevarse bien con los obispos. También es legendario su archivo mental, donde guarda la dinamita que puede serle útil en momentos bajos como aquél. En su polvorín tenía un cartucho con el nombre de un constructor burgalés, amigo del que, años después y nadie sabe muy bien para qué, se convertiría en presidente del Gobierno de España, y que ya lo había sido de la Junta de Castilla y León.
Aquella anotación de urgencia que alguien puso en las manos de Aznar un minuto antes de que compareciera en la tribuna del Congreso (me muero por conocer al “mercurio”) cambió la Historia de España, como tantas otras carambolas, o no, que han determinado su curso. Juan Guerra, o sea, Alfonso, se le fue vivo, y la vida siguió igual, por el momento.
La corrupción debería figurar en el título VIII de la Constitución en lugar de las autonomías. Ya sabemos que este apartado quedó pendiente de redacción, como esos balones que se despejan de frente y voleándolos, a ver dónde caen. En vista de que el consenso era imposible con los separatistas —los de entonces y los de ahora, que son los mismos— se abrió la caja de pandora dejando el título ayuno de contenido. Y ahora estamos pagando las consecuencias en el peor doble filo imaginable: el independentismo de todos —nacionalistas y españoles— por un lado y la corrupción regional por el mismo lado. Creíamos —confieso que equivocadamente— que las autonomías se inventaron para financiar por vía legal a los partidos y colocar por vías más dudosas cuando no abiertamente perversas, a los afines. Pero no. Está resultando que la finalidad para muchos era la de saquear España por el medio que fuera, y si era cobrando comisiones chantajistas mejor.
La dimisión de Esperanza Aguirre forma parte de la mejor escuela maquiavélica de lo que podríamos llamar “renuncias carrerilla”. No podía elegir mejor momento para salir de la piscina partitocrática y encaminarse hacia el trampolín, que hoy por hoy está desierto. Porque lo que el registrador de Santa Pola ha hecho es ni más ni menos que vaciar la piscina de votos y arrojarse después llevando consigo a su guardia pretoriana. ¿También al partido? Lo ignoro. Puede que la dimisión de Aguirre —no como portavoz municipal, ojo— sea el salvavidas del PP.
Habría mucho que recordar en este momento. Muchos polvos que remover para comprender estos lodos (Filesa, Barbero, Naseiro, De la Rosa, Roldán, Argel, Zurich,… espero que se me entienda, si se peinan canas). Por ejemplo, ¿quién mandaba a Rajoy y su partido emprender aquella carrera desbocada hacia los estatutos de semiindependencia calcados del catalán que aprobó Zapatero en tiempos del Pacto del Tinel? El primero, por cierto, fue el de Valencia, cuando el PP era allí sinónimo de hegemonía. Pero después le siguieron Galicia, Andalucía… En materia territorial —es decir, en cuanto a soberanía nacional— Rajoy y sus huestes han cumplido al pie de la letra esos acuerdos no escritos que han llevado al partido —y a la derecha sociológica española, de paso— a la ruina. Son los pactos implícitos que reconocen la superioridad moral de la izquierda y de los “pueblos sin estado”. Es el mismo espíritu que entregó la fortaleza ideológica del PP, con armas y bagajes, cuando arrió la bandera de la defensa de la vida —al cambio, la lucha contra el aborto— o el que arregló la economía subiendo impuestos y reduciendo drásticamente indemnizaciones por despidos, o el que sigue dejando que trescientos crímenes etarras sigan sin ser esclarecidos mientras el reloj de la prescripción corre implacable, o el que no ha hecho nada por que se cumplan las sentencias del Supremo en materia de enseñanza en castellano, o el que condenó al dique seco al único portaviones que tenía la Armada española, o, en fin, y aunque tal vez sea lo peor, el que perpetuó y aún ahondó la dependencia política del Poder Judicial a través del Consejo General.

Es el PP de la otra corrupción, la de la traición a los ideales. Pero las corrupciones nunca caminan solas, y yo soy de los que piensan —supongo que sigo conservando algo de candidez— que Esperanza Aguirre actúa honradamente, que es sincera, y que tiene la mirada puesta en el futuro, el suyo y el nuestro, cuando se responsabiliza de lo que ha sucedido en su casa aunque ella no haya hecho nada de cuanto ahora aflora. 

lunes, 1 de febrero de 2016

¡AY, AQUELLA FAENA DE ARTETA EN EL MAESTRANZA!

Mientras España se debatía en uno de esos marasmos a los que tan aficionada es su historia, una mujer vasca de bandera (española) alzaba su voz —¡y qué voz!— en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, ciudad a la que según confesión propia, considera su segundo hogar. Durante hora y media había desgranado un recital lírico dedicado a Lorca con música del propio poeta y otros autores españoles de canciones populares transformadas para el piano y la garganta privilegiada de la soprano. Un teatro abarrotado siguió el programa atento y concernido, con la mirada del oído fija en la boca de la Arteta, los acordes de Rubén Fernández Aguirre y el taconeo de la bailaora, genial por cierto, que de todo hubo en la velada.
Pero lo mejor de la brillantísima actuación a cargo de una mujer portentosa que llena el escenario con su rostro y su figura llegó con los bises. Media hora de propinas que para quienes tuvimos la inmensa fortuna de estar allí resonarán en nuestros sentidos para siempre. Hasta entonces, la música había prevalecido con suma formalidad y académica talla. Pero Ainhoa se había soltado la melena rubia para su último tramo y es que iba calentando el ambiente conforme se aproximaba la apoteosis final. Enfundada en un ceñido traje rojo pasión y mostrando su alba dentadura capaz de reintegrar la ilusión a un desesperado, la cantante salió descalza a las tablas para obsequiar al auditorio una habanera de Carmen sencillamente arrebatadora. Fue bajando poco a poco al pasillo del patio, y allí protagonizó un acontecimiento artístico de primer orden que sin duda el Maestranza conservará entre sus más logradas galas. Fue recorriendo el espacio central de la faraónica sala lentamente, contoneándose y haciendo con las cuerdas vocales lo que le daba la gana. El frenesí se fue apoderando del público, que asistía atónito a una deslumbrante exhibición de coraje y sensualidad en la que la técnica desaparecía aplastada por la inspiración. Centenares de torsos se fueron girando como los de las contorsionistas del circo. Nadie dejaba escapar un hilo de aquel tiempo irrepetible, aquella joya del destino que todos atesorábamos con una codicia avarienta. Cantó dos veces seguidas la composición de Bizet, como si fuera la cigarrera misma que aguardaba para embarcar en la falúa rumbo a Triana dejando atrás la arena de la otra Maestranza. Dos veces seguidas, con el único acompañamiento del piano. ¡Y sus tonalidades llenaron el espacio del Maestranza como si tuviéramos sus labios junto al oído! Incluso de espaldas resplandecía su canto. ¿Cuántos metros cúbicos de aire es capaz de llenar esta criatura dorada de sentimientos?
Y no acabó ahí el derroche. Volvió a entrar en el escenario, todavía con los pies desnudos, para despedirnos con un pellizco de amor a la Patria. “De España vengo”, la danzarina partitura de “El niño judío”, se lanzó desde la caja de resonancia de su hermoso rostro hasta poner en pie a un mar de cuerpos enfervorecidos que parecían enarbolar pabellones nacionales con los colores que lucía la estrella desde su ropa y su cabellera.
Fue arrollador. Y no hacía falta preguntar el espíritu que latía en aquel foro, en cada uno de los corazones que vibraba con aquellas frases: “De España vengo, yo soy española… de España soy y mi cara serrana lo va diciendo, que he nacido en España, por donde voy”.

Por cierto, hubo un guiño que no todo el mundo captó, y es que esta gloriosa profesional del pentagrama, este pedazo de intérprete que sería además una actriz de cuerpo entero, cambió una vez la palabra “serrana” por la expresión “de vasca”. Prueben a tararearlo. Suena de dulce. Previamente había aclarado que en su genealogía hay treinta y dos apellidos vascos. Con personas y personalidades como ésta da gusto seguir sintiéndose español, a pesar de todo y de algunos.

martes, 26 de enero de 2016

ANNA RADIX UBERRIMA

Los aires apocalípticos vuelven las esquinas con su trompetería de cuchillos afilados, de saetas finas que se clavan en el talón de Aquiles que todos intentamos en vano proteger: el miedo. ¿Cuántos españoles están perdiendo el sueño a medida que se prolonga el compás de espera sin esperanza para vislumbrar el futuro que nos aguarda, esa gran obsesión de la Humanidad desde Orce o Atapuerca? ¿Cuál fue el primer homínido que empezó a preocuparse por el destino de sus crías/hijos? Hace ya tanto de aquello, y sin embargo la angustia por los peligros que nos acechan —y sobre todo por los que puedan sorprender a nuestros vástagos— permanece tan fresca y lozana como entonces. El temor a que el tren descarrile es el eterno compañero del viajero.
Cavilaciones así llevaba yo en mis alforjas de caminante cuando me di de bruces con un lema, una frase en latín que lucía en una colgadura prendida de la torre trianera de Santa Ana: “Anna radix ubérrima”. Y a continuación, una cifra: 750. La Real Parroquia de la Señora Santa Ana sigue siendo hoy el núcleo de Triana y el espejo de Sevilla. Su historia, viva tal vez más que en ningún otro templo parroquial del entorno, nos dice más cosas cada día. Internarse muros adentro de esta iglesia-fortaleza para aglutinar a la feligresía de un barrio arrabal sin cercados que le protegiesen es una aventura estética y moral digna de Indiana Jones. Por ejemplo, ¿sabemos que por sus galerías altas asomaban unas troneras que tenían la función de poder defender los niveles inferiores e interiores en caso de ataque enemigo? Enemigo de la cruz, se entiende. Yo tampoco lo sabía hasta fecha reciente en que el sabio profesor don Rafael Manzano lo desmenuzó en el antiguo salón de plenos de la Diputación.
Todo rezuma carácter pionero en este privilegiado lugar asistido por la gracia de la inspiración de los alarifes. Es una arquitectura tocada por los ángeles, trazada con el corazón más que con las escuadras. El Rey Sabio se trajo de Burgos a monjes cistercienses para que plasmaran en Triana los esquemas del gótico desnudo. Y así nació Santa Ana, en ladrillo y piedra tallados al pie del Guadalquivir con directrices de San Bernardo de Claraval. De hecho, tiene estructura de colegiata, con su coro para darle carácter capitular, como lo que es: la Catedral de Triana, a la que hacían su estación de penitencia las cofradías que no se atrevían a cruzar el puente de barcas.
La otra tarde, cuando entré en la verdadera iglesia del Alcázar, aunque esté levantada tan lejos de él, volví a tener la sensación de que descubría Santa Ana por primera vez. Es el magnetismo que te invade cuando vuelves a los espacios primordiales. Los volúmenes, el aire como elemento constructivo, la luz, magistralmente instalada hoy, como el auténtico cuerpo de lo visible, y no olvidemos que ésta es una iglesia ex voto por aquel dolor de clavo que sólo cesó tras la promesa formulada por los labios de aquel Rey, hijo de santo, que nunca perdió sus dos grandes esperanzas: la Cruzada contra los moros en África y ceñir la corona imperial. Ni uno ni otro sueño logró. Pero ya se sabe que la vida es sueño. Dejó, por el contrario, una huella palpable en sus libros y en su scriptorium toledano, es decir, en Europa, sólo comparable a la de otro “sevillano” adoptivo: el magno San Isidoro. Como no se cansa de repetir el maestre del Cabildo que lleva el nombre de Alfonso X, a tan ilustre monarca debemos la personalidad misma del viejo continente que sin él sería hoy un asilvestrado califato.
En la puerta pétrea de la nave del Evangelio, un blasón con leones y castillos nos recuerda que bajo él se entra en un recinto real. Y es que fue San Fernando el que primero encarnó el fermento de la unidad española. Pero el mérito no fue suyo, sino de la abuela de Alfonso, doña Berenguela, que empeñó su vida en fundir a ambos reinos, Castilla y León, en el bronce de su hijo. Ahí empezó todo… lo que ahora puede irse al garete. O sea, que Santa Ana se erigió en memoria y para dar culto a la abuela del Señor por orden del nieto de la forjadora de la Corona que acabó cerrando España. No deja de ser sugerente pensar que Alfonso X pudiera estar pensando en su abuela cuando dedicó el primer templo que construyera de nueva planta en la Sevilla reconquistada por su padre a la abuela del Redentor, la que aparece en la iconografía —por ejemplo en el altar mayor de Santa Ana— siempre acompañando a la Virgen y enseñándole a leer, escoltando ambas al Niño que ocupa siempre el centro. Allí en Santa Ana ambas mujeres presentan un rostro de innegable parentesco con la Virgen de Los Reyes. En El Salvador, tenemos otra vez el trío familiar pero imbuido de ese nervio montañesino característico. Santa Ana siempre con arrugas, seña de identidad de la ancianidad en contraste con la juventud de María. Todo el impresionante retablo pictórico de Pedro de Campaña, felizmente recuperado de las tinieblas a instancias del admirable profesor Enrique Valdivieso —ése que llegó al arte a partir de los cromos de futbolistas de su niñez— gira en torno a las historias de los abuelos, Joaquín y Santana, como gustan decir a los trianeros.
El complemento perfecto para esa expresión lapidaria en las telas que mueve el viento aljarafeño es el número: 750. Y es que se cumplen esos años desde que se consagrara este prodigio ojival. Es decir, que la abuela trianera de Jesucristo cumple este año 750 de vida pujante y acompañamiento al pueblo trianero en su peregrinar, en las fatigas y las alegrías de cada día. Había un bautizo aquella tarde en Santa Ana. Martín se llamaba el neófito. Abuela, madre y nieto lo contemplaban sonrientes desde arriba. Al fondo, en una de las capillas, una mujer bajaba despacio unas escaleras hacia la cripta. Iba a depositar las cenizas de un ser querido. Vida y muerte unidas por la única Vida verdadera. Y yo me preguntaba a qué temer tanto por lo que pueda pasar si la raíz ubérrima cumplía siete siglos y medio y bajo sus bóvedas empezaba a vivir un nuevo cristiano en tanto que descansaba otro. Sí, el tiempo no es nada. Lo que importa es el fruto; es decir, la raíz.

En fin, que tenemos en pleno corazón de la collación trianera, un venero de sabiduría y santidad. Al salir, y tras observar sobre el muro un letrero que prohíbe jugar a la pelota, me fijé en esas banderolas y con la ayuda de mi mujer, traduje la frase: Ana, raíz ubérrima. ¡Y qué lo digan! Gracias a Ana tenemos al Hijo de Dios con nosotros. Y gracias a Santa Ana de Triana el espíritu del Císter corrigió errores decadentes en la cultura cristiana hasta proyectarla con inusitada energía sobre cenobios y cortes de aquende y allende la mar océana. A muy pocos metros, se levanta el dedo índice de Rodrigo de Triana anunciando ¡Tierra! (no el nuevo Mercadona). Y dentro mismo de Santa Ana, la Virgen de la Victoria, ante la que cayeron mil rodillas al unísono, como si fuera el compás del martillo sobre el hierro candente de la cava aneja. ¿Que de qué rodillas hablo? Eso es otra historia.

sábado, 9 de enero de 2016

SUSANA DÍAZ Y LA CAZA MAYOR

Aparentemente, es una política menor. Apareció como concejal con Monteseirín y entonces llevaba su pelo natural, castaño. Estudiaba Derecho, amoldando la carrera a un largo formato que duraría casi diez años por mor de su dedicación a la política. O sea, que empezó en la Fábrica de Tabacos (donde hasta hace unos meses coronaba la antigua puerta de Ciencias el escudo con el águila de San Juan) y terminó en la Pirotecnia, establecimiento militar muy apropiado para formar a futuros políticos.
     Se licenció en tiempos del rector que hoy es su consejero de Economía y Conocimiento, el mismo que se había empeñado, siendo vicerrector de Infraestructuras, en sacar adelante el edificio de la Biblioteca del Prado, aquel proyecto de la arquitecta iraní que tan caro nos costó. De fuentes eminentemente solventes sé algún secreto, tal vez inconfesable, sobre ciertas negociaciones académicas que vienen al caso, por otra parte habituales en los despachos del Alma Mater.
     Por cierto, que la presidenta quiso como decorado de su mensaje de Fin de Año el patio central de la Hispalense, con su fuente y su lápida al fondo, junto al que, si supieran latín, los jefes habrían descubierto un “FRANCO DUCE” incompatible con la Ley de Memoria Histórica. Pero mejor dejémosles en la oscuridad de su ignorancia.
     Antes de todo eso, Susana Díaz había pasado por los institutos de Triana, el Vicente Aleixandre y el Triana —éste último mandado construir por sus predecesores en el cargo. Allí fue una alumna normalita, según me cuenta algún profesor suyo que conserva sus fichas. Y allí, he leído, se aficionó a la poesía a través de los talleres de Ángel Leiva, que hoy tiene abierto un club cultural en la calle Niebla. De entonces data su ingreso en la PSOE, porque nuestra presidenta (hoy de Andalucía, ¿mañana de España?) dio al mismo tiempo el doble paso de escribir poemas y de sacarse el carné de las Juventudes Socialistas. Algo parecido le sucedió un día a Guerra, y no muy lejos de allí, en la Politécnica de Los Remedios.
     La vida de Susana Díaz, al menos hasta hoy, se ha escrito con caligrafía de arte menor, doméstico, muy local. Del barrio León a San Telmo es su rutina diaria, aunque los viajes pongan la nota cosmopolita a su paisaje. La otra tarde me crucé con ella por la calle Evangelista. Era domingo, e iba junto a su esposo —ese que se presenta a sí mismo como “trianero, bético y costalero”. Él empujaba el carrito del niño que la tardonera (como la Pantoja, Chiquetete o los Morancos) había dado a luz el verano pasado. Ella iba hablando por teléfono con rostro de preocupación, muy seria. Ha sido blanco de dardos envenenados por su vestuario y su estética. A mí sin embargo siempre me ha parecido una mujer con encanto popular, que es lo que debe tener una política, sobre todo si es socialista. No es en absoluto ordinaria. Y goza —ojo, porque aquí reside su futuro— de una labia sólo comparable a la de Felipe González, su gran icono.
     Con esa labia y algo de astucia, este matrimonio que paseaba por Triana sin escolta en una acera desierta en la que el azar quiso que sólo estuviéramos nosotros cuatro en aquel momento, puede ser dentro de pocos años la familia que descorche una botella de manzanilla en la bodeguiya monclovita. Eso es caza mayor, lo sé, pero esta amazona escaladora lenta como las buenas, que sabe administrar la demagogia homeopáticamente, puede perfectamente conseguirlo.
     Le basta con abatir al candidato al que cedió el paso para quedarse en casa (en la casa palacio de los Montpensier) tras meditarlo en la romería del Rocío. Entonces prefirió esperar. Ahora ha tomado la misma bandera que Sánchez luce de fondo espectacular a lo Obama. Con esa bandera —y su labia, no se olvide— puede resucitar muchas cosas, como el orgullo del 28-10-82. Cuenta con Andalucía, que es no sólo la región más poblada de España sino la que más hijos ha puesto en las filas de nombres asesinados por ETA. Y además, la comunidad más conservadora, que no ha conocido, ni quiere conocer, a la derecha en el poder. La barriada rojiblanca —mal que le pese a nuestra verderona protagonista— del Tardón se llama así porque el tranvía que partía de las cocheras allí situadas (todavía podemos ver uno en la plaza de San Martín de Porres) dejaba mucho que desear en cuanto a puntualidad. Sus habitantes saben esperar. Y se buscan mañas, como la de llevar a Sánchez por donde ella quiere, con la muleta y el juego de muñeca de hacerle desistir y si no, que se estrelle con esa miscelánea roja y separatista que quiere tener como madrina de gobernante. La mejor manera de auparse en Madrid es que su rival lo pierda todo, aliándose con la morralla. ¿No es eso?
     Díaz a la caza de Sánchez. Ahora sí. Tal vez haya vuelto a ese Altozano donde aparece comulgando delante del paso de la Virgen de la O en unas imágenes de valor incalculable que guardo como oro en paño. La misma Dolorosa, por cierto, ante la que hice la única película que he podido rodar, un mediometraje, por otro lado, manifiestamente pro-vida. Esas cosas dejan huella. Esta madre —tardía, como tantas hoy, pero madre, con todo lo mucho que eso significa— fue catequista allí, en la calle Castilla, ante la Virgen de la Esperanza, la misma advocación, aunque unos metros más allá, en la calle Pureza, que eligió para casarse. Entonces era conocida por sus vecinos como la nieta del fontanero. ¿Y si después de todo, una vez cambiada la presa de liebre por venado, introdujera en la vida pública española un poquito de cordura femenina?


viernes, 25 de diciembre de 2015

LA PARTÍCULA DIVINA HA NACIDO EN BELÉN

Sin necesidad de acelerar nada, con el ritmo y compás del Universo por ella creado, la Partícula Divina ha bajado del Cielo, concebida en el seno de una adolescente nazarena y he aquí que los astros apuntan a ella como el centro del Cosmos. Es un acontecimiento acosado por la increencia. Muchos querrían anularla, reducirla a fantasía inanimada, producto de fingimientos históricos y mentiras en suma que sólo pretenderían disfrazar el sufrimiento humano para sublimarlo. Bueno, dejemos que los acosadores se estrellen solos ante sus propios espejismos. Nosotros, los que hemos creído y por eso nos sentimos dichosos como los pastores distinguidos por el ángel con la primicia informativa en torno a la que gira desde entonces la actualidad del mundo (aunque éste no lo sepa) nos inclinamos jubilosos ante el Misterio. Sólo el Misterio de recomenzar el cultivo anual de la fe en una simple partícula sobre la que se ha posado la Gracia de Dios.
Andan los investigadores buscando el camino de la partícula divina, el “bosón de Higgs” que demuestre, al fin, cómo cuanto es se autogeneró en una explosión espontánea desde la nada más absoluta. Interesante, pero mucho más lo es descubrir esa ruta en las mismas raíces de la vida. Cuanto más avanza la ciencia más campo se abre a la fe. Lo inmensamente grande se revela en lo diminuto. Dios mismo eligió ser un cigoto, apenas dos células, para incardinarse de lleno en la Humanidad y compartir con ella sus expectativas. También la de la partícula divina. Debe, no obstante, de sonreír como un padre ante la penúltima travesura de sus chiquillos, cuando contempla a sus criaturas jugar con lo infinito mediante fórmulas cuánticas. Jugar no es malo, aunque otros científicos hayan puesto ya en guardia acerca de los riesgos que comporta crear agujeros en las leyes físicas.
Quienes nos hemos acercado al portal de Belén para adorar al Niño Dios nos alegramos porque el hombre siga buscando la partícula divina. Es lo que hemos hecho nosotros, los pastores y los sabios/magos de Oriente. Todos ansiamos encontrarla, pero hemos de contentarnos con hallar la senda y postrarnos ante un Niño, apenas una partícula, en la confianza de que Él es el Mesías. Sólo tenemos las palabras de un ángel y una estrella sobre nuestras cabezas. La luz y el Verbo que hoy, festividad de la Natividad del Señor, hemos oído abrir el Evangelio de San Juan con resonancias del big bang —“En el principio…”. La partícula divina, ésa que resumió todo en el vientre cálido de una mujer a quien todas las generaciones llaman desde entonces bienaventurada, está con nosotros. Aleluya.

Día de Navidad de 2015

sábado, 12 de diciembre de 2015

MÁS MUERTOS QUE VIVOS

Este último mes del 2015 pasará a la historia por algo más serio que unas elecciones, que al fin y a la postre sólo condicionarán, aunque puede que con unas consecuencias imprevisibles, los próximos cuatro años de vida nacional. Cuenta el INE —uno de los pocos institutos nacionales que nos van quedando— que por primera vez desde la Guerra Civil las defunciones superan a los nacimientos en nuestra Patria. Ahora que nos disponemos a celebrar la Navidad, resulta que España se va pareciendo más a un cementerio que a una Maternidad (que hoy se llama “Centro de la Mujer” o algo parecido). Hemos llegado ya, no es que vayamos camino del despeñadero sino que estamos ya en el fondo del barranco.
Hay pocas cosas en esta vida que no tengan vuelta de hoja. Una de ellas es la pirámide de edad. Podría invertirse en cincuenta años, pero eso para quienes hemos rebasado la barrera de esos dígitos es como hablarnos de los Reyes Magos, ahora que se avecina la Epifanía. Sí, podría ser un bello cuento de Navidad, eso de soñar que lo de los difuntos ganándole la partida a los neonatos no ha sido más que una pesadilla tras una cena copiosa. Pero no. Es un hecho —repito, irreversible— que nos perseguirá ya hasta que nos alistemos en el bando vencedor.
Y sin embargo, nadie quiere hablar de la mayor tragedia que puede afligir a un pueblo: haber elegido el camino de su extinción. Como yo no tengo que presentarme a ninguna elección, sí puedo hablar alto y claro: los españoles de la última hora, y sobre todo de la penúltima, han tomado la senda del envejecimiento sin entregar el testigo a la generación entrante, por la sencilla razón de que no se ha reproducido. Es así de claro y de patético. El invierno demográfico es ya un hecho en toda Europa, pero en esto, como en el paro, somos campeones continentales. Y parece que no pasa nada. Todo es corrupción —¿es todo corrupción?— acusaciones cruzadas, promesas idílicas con un denominador común: llenar la barriga. Hay temas, sin embargo, de los que ningún candidato habla y que tampoco son planteados por los moderadores: la seguridad ciudadana, los desequilibrios psiquiátricos sin atender, la burocracia consuetudinaria que va de la mano de un Estado pantagruélico, la pérdida de los buenos modales, la urbanidad y, en suma, eso que antes se llamaba educación y que no depende del mardito parné sino de los valores compartidos e irrenunciables. Y el primer hecho de todos: el de procrear y dejar nacer. Lo que no consiguió nuestra Guerra lo ha llevado a término una mentalidad materialista y presidida por el ego que sitúa al placer a corto plazo en el centro de todas las aspiraciones vitales. Así no es extraño que la cocaína corra como lo hace en manos de unos consumidores que acaban asesinando alevosamente a sus mujeres, arrojándolas tras apuñalarlas por el balcón y pisándolas con el coche sobre la acera.

No, no es extraño que mientras la sociedad española acaba cada día con la vida de trescientos inocentes en el vientre de sus madres, los muertos ganen la partida a los vivos, la pirámide de edad haya volcado en una cuneta de la historia y los machos ibéricos se armen de valor a base de rayas para destrozar la existencia de familias enteras. Lo que no pudo la Guerra…

domingo, 29 de noviembre de 2015

OTRA VEZ "EL TURCO"

De los muchos lugares comunes que se suelen citar como demostración apriorística de algo, tal vez sea el de que “nada nuevo hay bajo el sol” el que más actualidad cobre a cada paso de la historia. Acabo de cerrar, tras una lenta y densa lectura, la última página, de número 948, sin contar los índices, de la monumental obra que sobre los Reyes Católicos escribiera no hace muchos años el hoy proscrito Luis Suárez. Ya saben que este experto en nuestro pasado, “ratón de archivo” como su admirado y seguido Manuel Fernández Álvarez, fue apartado de su “cátedra” —puesto de autor— en el diccionario que la Real Academia de la Historia lleva a cabo sobre nuestros personajes pretéritos, por el horrendo crimen de llamar al régimen de Franco “autoritario” en lugar de “dictatorial”. Las academias viven de las subvenciones, y Zapatero no estaba por la labor de seguir aflojando el grifo para que los historiadores fueran libres. De todos es sabido que el gran conocedor de nuestro ayer a quien debemos la Ley de Memoria Histórica siempre se caracterizó por su escrupuloso respeto a la verdad.
Luis Suárez dibuja en el grueso tomo de Ariel sobre Isabel y Fernando dos perfiles netamente favorables y firmemente apoyados en un caudal torrencial de documentación. Voy a fijarme en un dato que está rabiosamente presente en el momento universal que vivimos: las relaciones de Occidente —entonces la Cristiandad— con el Islam. Habría que ampliar el foco para dar cabida a Rusia, de modo que si volvemos a decir Cristiandad tal vez se nos entienda mejor. Circula por ahí un chascarrillo muy serio que empareja las distintas religiones vivas en el mundo, combinándolas entre sí y dando como resultado: “no problem”. Salvo el Islam, que acaba siendo un motivo de discordia con todas y cada una de ellas. ¿Significa esto que nos sea lícito volcar en el mismo saco a todos los musulmanes? Salvo para los fanáticos de este lado, es obvio que no. Pero el hecho de que algo hay en el ADN de esta religión que la hace especialmente vulnerable a una parte de sí misma fácilmente manipulable como arma arrojadiza contra un enemigo real o imaginario, también cae por su peso.
Una parte, posiblemente más importante que lo deseable por los amantes de la paz, del mundo musulmán con el que nos ha tocado convivir (con o sin fronteras) permanece anclada en el siglo XIII, y se ha jurado no parar hasta que el orbe entero le pertenezca. Si es necesario, al precio de la vida de sus agentes. Por supuesto que ello supone una amenaza para el mundo libre, en el que junto al Corán o la Biblia (Evangelio incluido) sea respetada la Declaración de los Derechos Humanos. Pero eso es precisamente lo que quienes ondean la bandera negra no pueden consentir, que haya otros además de ellos y en pie de igualdad con ellos. Hoy por hoy, sólo el Islam alberga este cáncer.
¿Y por qué recuerdo todo esto al hilo de ese libro del profesor Suárez? Porque lo que hoy es el yihadismo, con los Reyes Católicos era el peligro otomano. El testamento de Isabel la Católica ponía el énfasis en dos cuestiones: tratar a los indios de América como a semejantes que eran y no cejar en la lucha contra el expansionismo islámico que representaba el Turco. Los Reyes salpicaron nuestras costas de torres vigías (la de Matalascañas o la del Catalán de La Antilla, por ejemplo). Y con innumerables errores —¿quién no los cometería en su lugar?— salvaguardaron un espacio que San Fernando y su hijo Alfonso —padre en buena parte de la cultura europea medieval— habían recuperado de manos sarracenas. Para ello, fallecida ya Isabel, su viudo intentó coronar el gran empeño que habían tejido entre ambos: la unidad de los reinos cristianos para protegerse del avance musulmán que rondaba implacablemente la ribera mediterránea y que se detendría sólo a las puertas de Viena. Para lograr esa alianza casaron a sus hijos con otros de familias lejanas, flamenca e inglesa. Y Fernando llegó a contraer segundas nupcias con Germana de Foix para apaciguar las relaciones con Francia. De este matrimonio nacería la integración definitiva de Navarra en la Corona española.

Estuvo a punto de conseguir proyecto tan largamente acariciado. Pero la ambición borgoña del primero de nuestro Felipes, que además de enloquecer a la Reina Juana estuvo a punto de resucitar las guerras civiles castellanas, lo impidió. No obstante, ahí queda el intento, para revalidar la sentencia con la que arrancábamos. Hoy, Hollande recorre aquellos mismos reinos y algunos más (debidos, no se olvide, a la empresa colombino-castellano-aragonesa) para ver de lograr lo mismo que Isabel y Fernando pretendían: la unidad frente a ese Islam belicoso e insaciable que ya debería haberse ahogado en el mensaje de buena voluntad que toda religión que se precie está llamada a fomentar.

viernes, 20 de noviembre de 2015

LA NEUMÁTICA DE LA HISTORIA

Si le preguntas en un instituto —o en algunos colegios privados— a un chaval de la ESO o de Bachillerato por la Iglesia, lo más probable es que te respondan algo relacionado con la Inquisición. Incluso puede que te ocurra lo mismo con los profesores o con los padres. Poco a poco, a través de una labor de zapa cuidadosamente estudiada (en la que el uso blasfemo de la palabra hostia no es casual), la Religión, la católica naturalmente, ha ido ocupando el lugar del reo en la opinión pública. Del banquillo al patíbulo hay la misma distancia que del rechazo social al exterminio. Es algo tan consabido que resulta enojoso tenerlo que recordar. Los judíos saben mucho de esto. Primero, con paciencia de generaciones, se va contaminando el aire común de tópicos, manipulaciones y apriorismos faltos de rigor pero muy eficaces. Es lo que la Iglesia Católica y la Religión Cristiana en general han padecido durante las últimas cinco décadas en Occidente (recuerden la ignorancia del cristianismo en el proyecto de malograda Constitución europea). A partir de la toma de los puestos estratégicos más influyentes por los pupilos del mayo del 68 francés —curiosamente, las mismas calles, los mismos adoquines, la misma violencia—, universidades y fábricas se convirtieron en focos de anticatolicismo, hasta llegar a la tierra prometida de la demagogia apadrinada por la URSS: la identificación colectiva entre fe y fanatismo. De esta manera se consiguió desterrar de todos los ámbitos civiles los símbolos y tradiciones dotados de componentes religiosos. El cristianismo pasó a ser el muñeco de vudú de la progresía, que gradualmente se fue adueñando del monopolio que agrupaba al poder, la autoridad moral y la influencia pública en unas solas manos: las de la izquierda atea.
Hoy, Europa es un desierto espiritual, y, paradójicamente, las corrientes de ascetismo nos llegan del desierto. Hasta hace unos años, el nirvana era más o menos pacífico (si no lo vinculamos a la droga), desde el yoga hasta el new age, pasando por el budismo, los masajes o aquella serie de Kung Fu que introdujo en la clase media española la sensación de haber perdido el alma en Oriente, pequeño saltamontes.
¿Qué había ocurrido? Lo que yo llamo, entre amigos, "la neumática de la Historia". Puede parecer elucubración teorética, pero es lo que está detrás de las balas y los explosivos de París. En este mismo instante, mientras pulso las teclas de mi ordenador, percibo, como Oriana Fallaci la mañana del 11-S, un raro estremecimiento, una combinación de intuiciones que me dice "alguien, en algún lugar muy cerca de ti está preparando la continuación de la batalla que ha estallado en París". La neumática es una rama de la Física muy parecida al "horror vacui" del barroco que llena nuestros retablos sevillanos. Cuando un panorama intelectual y político se contrae, el espacio que deja libre es instantáneamente ocupado por el cuerpo mejor situado para ello. El vacío no existe. Si el cristianismo se esfuma, a base de condenas y desprecios, algo entra en escena por él. Lo normal es que sea un algo de su misma naturaleza pero de signo contrario. Y cuando ese algo encuentra algún obstáculo, lo expulsa para implantarse él.

"Conquistaremos Europa con el vientre de nuestras mujeres". Tendremos que desempolvar esta vieja frase como ellos están sacando brillo a sus sangrientos AK 47. Lo que no hayan conseguido relegando el cristianismo a las catacumbas mediante la división del enemigo (igual que hicieron en el 711 con los últimos visigodos) lo harán los fanáticos de la "nueva" religión que tendrán muchos más hermanos (musulmanes) que los hijos de los últimos cristianos de Occidente. Y lo peor es que la pirámide de edad de unos y de otros es ya irreversible. No en vano, los denostadores de la fe cristiana se apresuran a fomentar el aborto en cuanto llegan a los gobiernos (véase anexo a la declaración de independencia de Cataluña o primera medida del Ejecutivo social-comunista en Portugal).

viernes, 13 de noviembre de 2015

EL PRECIO DE LA INDEPENDENCIA

Si algo vamos comprobando algunos en nuestras carnes a lo largo de los tiempos que corren es que la independencia —la buena, no la secesionista— nunca sale gratis. Procurar durante toda la vida, desafiando a las tentaciones nuestras de cada día, mantener un nivel de coherencia que justifique nuestro sueño va pareciéndose poco a poco en España a un género de existencia clandestino. De hecho, quienes hemos optado desde que tenemos uso de razón por la decencia como mentalidad que da resultados tangibles en el respeto a uno mismo, hemos acabado sintiéndonos culpables de algo, escapando de una persecución que se parece mucho a la del agente de "Los miserables". El "New York Times", nada sospechoso de antiprogresista, lo ha destapado hace unos días, levantando un escándalo que a los periodistas "excedentes" nos suena muy familiar. Contaba la "dama gris" que en España, la crisis y el miedo a la pobreza han llevado a desempolvar la censura. El mecanismo es "insólito", entre otras cosas porque no está bien que un medio consolidado lo desenmarañe. Aquí sí se puede explicar. No es tan complicado. Un país que en apenas seis años ha echado a la calle a diez mil periodistas y que ha visto reducirse las tiradas de los periódicos —no hablemos de la publicidad— como sólo lo ha hecho el mercado cementero, no puede ser libre. Por la misma razón que nuestros hijos se van de España en cuanto pueden, los periodistas y los periódicos —también, pero menos, los otros medios— viven en un sinvivir cuando aún pueden publicar. Ello se traduce automáticamente en complacencia hacia el poder político, del que en última instancia depende el económico, como se vio con el rescate del sistema financiero.
Desvelar esto le ha costado al NYT la cancelación de su acuerdo con el rotativo español de máxima difusión, que databa de 2004, y a un purasangre de izquierdas de toda la vida, dejar su cuna, que era el propio diario aludido. Obviamente, cuando el paro está en el 5 por ciento —como ocurre en Inglaterra y en Estados Unidos— la Prensa se mueve en un caldo de cultivo de libertad. Pero, ¿qué libertad se puede dar con un desempleo juvenil que sobrepasa la mitad y sin un horizonte mejor que el presente? Si aplicamos la lente de aumento a nuestro entorno, el de Andalucía occidental y el de Sevilla concretamente, la independencia mediática es una absoluta utopía. Aunque se den las óptimas condiciones de voluntad personal por parte de los periodistas, hace ya tiempo que el cuarto poder también ha sido fagocitado por el único que rige nuestra vidas de tejas abajo: el del partido gobernante.

A no ser, claro está, que se parta de cero (es decir, de Internet) y que el único patrimonio fundacional con el que se lucha por la defensa de la verdad sea el honor de no deberse a nadie.

viernes, 6 de noviembre de 2015

JORGE EDWARDS Y LOS SOCIALISTAS SEVILLANOS

El premio Cervantes chileno Jorge Edwards ha estado en Sevilla, para, entre otras cosas,  presentar la nueva edición de su ya clásico "Persona non grata", un testimonio de la experiencia cosechada en la Cuba furiosamente castrista a la que le llevó, como funcionario de Exteriores, una misión diplomática enviada por Salvador Allende. "Persona non grata" ha supuesto más de lo que parece para la historia reciente de nuestro país, y gracias al papel desempeñado por nuestra ciudad en aquellos años irreparables de la efervescente oposición al tardofranquismo. Para nadie es un secreto que el círculo del llamado "clan de la tortilla" (ya saben, la foto de la excursión a los Pinares de Oromana donde estaba el incipiente PSOE democrático que, sí, parecía caber en un taxi) fue llamado por las campañas y las urnas a hacerse con el timón nada más cumplirse la previsible descomposición de UCD. Pues bien, contó Edwars la otra noche en un restaurante heliopolitano, ante un grupo de contertulios, amigos y seguidores que tuvieron el privilegio de escucharle que su libro fue determinante para que España (es decir, el Partido Socialista Obrero Español) no siguiera el rumbo revolucionario que había marcado Fidel para Cuba. Ergo hasta ese momento, tal peligro estaba en el aire de las agrupaciones socialistas. Se lo dijo personalmente Felipe González al escritor, y al cabo de los años una confidencia así resulta sumamente valiosa.
Reveló más secretos e impresiones este octogenario que goza de una salud capaz de digerir sin problemas un buen solomillo antes de acostarse y después de llevarse cuarenta y ocho horas "hablando como un loro borracho". La amenidad de su verbo es tan envidiable como su estómago y su buen humor, que le permite envolver sus trascendentales recuerdos en un papel satinado que los hace siempre gratos. Se refirió a un Allende visionario, que quiso redimir a los desheredados subiendo por decreto un 40 por ciento los sueldos y encomendando a un general, padre de la actual presidenta, el control férreo de los precios. "La consecuencia fue que la inflación subió un 200 por ciento y, como siempre pasa, el pan se vendió por la puerta de atrás, por el mercado negro."
Contó también cómo Castro le retuvo durante tres horas y media la primera noche que llegó a La Habana. "Él habló tres horas"— puntualizó. Y se entretuvo en las dos novelas que lleva adelante simultáneamente —ambas con base en historias reales y sumamente dramáticas. Por supuesto, Neruda fue recurrente en sus intervenciones. Como lo fue Carlos Barral, el editor bohemio que descubrió al "boom" hispanoamericano.
Donde pinchó Edwards —hasta los Cervantes lo hacen— fue en Pemán. Interrogado acerca de su opinión sobre el gaditano, apenas esbozó unas vagas palabras para catalogarlo como intelectual franquista y de derechas.

Fue una velada para pensar en las impresiones de un hombre de letras que también lo fue, a su manera, de estado y que conoce las entretelas de nuestro destino histórico como sólo sabe hacerlo un artista de la escritura. Y es que los misterios acerca de cómo hemos llegado adonde estamos siempre requieren una nueva explicación, pero sólo algunos saben darla.

domingo, 25 de octubre de 2015

IMPUDICIA

Es cada vez más frecuente toparse en el camino urbano —ignoro si será así también en el rural pero sospecho que ya no hay distingos— con gente que pregona sus intimidades con un móvil pegado a la oreja. Da la sensación de que este artefacto, totem del mundo contemporáneo, sirve más que nada para airear los trapos sucios. Casi siempre se trata de dos tipos de querella: la de pareja y la del deudor. Buscan, como antaño los novios inmersos en la ansiedad del fin de semana, los rincones en silencio y aparentemente desiertos. Pero se olvidan de que hay pisos y en ellos gentes que los habitan, cuya paz se ve perturbada por las voces de reproche y amenaza de las que nace un brote de curiosidad irreprimible. Cada vez es más frecuente, además, que les importe una higa tener testigos. Se van cruzando con los demás mientras espetan sus exabruptos: "¡Déjame en paz de una vez, ¿te enteras?!", "¡Pero cuándo te has ocupado tú del niño!", "¡Lo mismo me dijiste el lunes. Que me pagues ya, coño, que estoy seco!", y otras lindezas por el estilo.
Todo esto lo que revela es la invasión o el contagio de la gran lacra nacional: la desvergüenza. La pérdida del sentido del pudor es una plaga. A medida que van aflorando escándalos políticos y económicos, parece como si el nivel de tolerancia se fuera rebajando, y el personal asumiera que lo normal es incurrir en esas debilidades y no ocultarlo. El móvil sirve de altavoz al detritus rebosante. Ciertamente, hay quien sonríe embobado al leer sus mensajes en la pantalla. Pero a la hora de hablar, lo que se pone en circulación es la cara fea de nuestras relaciones humanas. Al menos, es lo que más llama la atención.

Ciertas "cabalgatas" y ciertas "limusinas" son la manifestación más procaz de esta ola de impudicia. Se exhibe lo peor como si fuera lo mejor, con tal de resultar rompedor y provocar una reacción a la que después denunciar como culpable. Se luce la ignorancia, la desfachatez, el mal gusto, constituyéndolos en metáforas de la liberación. El resultado es que la gente joven pierde el sentido de la estética y de la ética. Todo da igual, con tal de que no se repita nada: experiencias nuevas por doquier, el clasicismo a las cloacas y los vertederos al poder. Puede que no sea así, pero lo parece.

martes, 13 de octubre de 2015

TODA UNA VIDA

Veintinueve años, veintinueve, lleva en el Congreso de los Diputados el actual presidente del Gobierno (¿hay que añadir "de España"?), los mismos que la presidenta primera de la Mesa de la Corporación Legislativa. Sí, son muchos años, toda una vida, como declaraba el bolero. Demasiados años. Por encima de siglas partidistas y luchas por el poder —ámbito en el que ha quedado la democracia en España, al menos hasta ahora— lo que más desazón crea en el pueblo español cuando contempla a su "clase política" es esa conexión permanente con las instituciones a lo largo de vidas enteras. Y eso que este presidente al menos ha ganado unas oposiciones antes de hacerlo en unas elecciones, cosa que sólo puede decir el que le nombró candidato. No es hábito muy español éste de tener un oficio y beneficio sobre el que superponer la carrera política.
Casi tres décadas de vida pública ocupando —es un decir, a la vista de esas desoladoras fotografías del hemiciclo vacío durante las sesiones— un escaño de la Cámara donde reside la soberanía nacional explican muchas cosas inexplicables. Por ejemplo, el abrupto giro copernicano en la delicadísima materia del aborto a instancias, precisamente, de quien en la sombra traza las estrategias del partido en y fuera del Gobierno, a la sazón y desde hace muchos años —es un mérito— casado con la otra diputada popular que enlaza veintinueve añitos de vida parlamentaria.
Y es que una cosa es la plena dedicación durante una o varias temporadas a las entidades representativas y otra muy distinta identificarse de tal modo con ellas que se pierda el contacto con lo que le ha llevado a uno hasta allí: la gente. Aparentemente al menos, el único roce que mantienen estos animales políticos con la realidad allende los leones fundidos con el bronce tomado al enemigo africano es el de los mercados convertidos en platós televisivos y el baño de multitudes, o menos, que teatralizan los partidos en los mítines. Por muy entregados que se sientan a la causa del bien común, ¿cómo van a sentir en su piel el escalofrío de un trabajador medio que se levanta a las seis de la mañana para penetrar las tinieblas de los kilómetros que le separan de un empleo por el que cobra el salario mínimo para mantener a su familia, y sin saber si ese día será el último en su puesto laboral? Y así podríamos seguir indefinidamente señalando escenas que lamentablemente no pertenecen a la ficción pero que van quedando cada día más lejos de la sensibilidad que atañe a un político bien colocado durante tres décadas alejándose día a día de la doble pulsión que lleva a la gente a las urnas: la incertidumbre acompañada de la esperanza.

No es, en absoluto, de extrañar, que en cuanto surgen voces nuevas que prometen no vegetar como líquenes al calor de la roca poderosa se lleven de calle al personal, llámense Podemos, Ciudadanos o Vox. Eso sí, deben acampar en espacios abiertos, porque kioscos aislados los ha habido siempre con la suerte de todos conocida. Por eso, el 20-D, al margen de lo que cada uno quisiera que pasara, lo que va a suceder es que  por primera vez desde 1977 la democracia española no va a tener otro remedio que regenerarse con aires nuevos. Veremos si se enrarecen tan pronto como los anteriores y en la misma medida. Pero qué duda cabe que las próximas elecciones generales —tan cruciales por tantos motivos— van a ser distintas. Si a los españoles les queda algún sentido no trastocado por las locuras a las que han venido asistiendo durante este largo capítulo de nuestra historia, optarán por la moderación, que hoy por hoy, es todo lo contrario del continuismo. Y darán el poder a quienes aún pueden salvar la honradez, la coherencia (y cohesión) y la libertad del pegajoso alquitrán en el que han quedado sumidas por la marea negra vertida por una tripulación feble, pesarosa y rendida por la indolencia de toda una vida "consagrada" a la política.

lunes, 28 de septiembre de 2015

TRAS LA ESCISIÓN (QUE NO SECESIÓN), INTENTARÁN CONSUMAR EL GOLPE

Hoy es un día para el optimismo. Ningún país del mundo se ha convertido en estado con menos de la mitad de los votos de sus ciudadanos. En realidad, ninguno ha dado el paso que casi la mitad de los catalanes con derecho a voto efectivamente ejercido deseaban, haciéndolo por cauces pacíficos, tras quinientos años de vida en común con una Nación inmensamente mayor que la pretendiente. Las independencias, históricamente, siempre han surgido de baños de sangre. Incluso al día siguiente de la proclamación, lo normal es que se hayan producido conflictos internos y hasta guerras civiles (la más divulgada es sin duda la de EEUU).
Lo que ayer nos jugábamos los españoles, y posiblemente el resto del mundo, era la erupción o no de un volcán —otro más— en el corazón de Occidente. No ha habido tal, sino un voto de continuidad que, tal como habían sido planteadas las elecciones autonómicas dándole un significado plebiscitario, es un rotundo fracaso para los separatistas. Un 48 % de votos independentistas frente al 52 % de no independentistas (lo que no quiere decir españolistas), después de la campaña asfixiante que desde las fuerzas por el sí se despliega día sí y otro también, es algo más que un premio de consolación para los amantes de la paz. Por cierto, el obispo de Solsona debería mandar que se tocara a muerto.
Dicho lo cual, es preciso poner en guardia permanente frente a un hecho de la peor especie: lo que han hecho Mas y sus secuaces es ni más ni menos que intentar un golpe de estado. Ya sé que no es una idea original; lo ha dicho Guerra, lo cual no deja de tener su gracia: que el presidente de la comisión constitucional del Congreso de los Diputados que votó a favor del Estatuto de Cataluña —eslabón clave en la cadena hacia la independencia— venga ahora con lo del golpe de estado "a cámara lenta". De eso nada, monada. Más bien al revés, ha sido una intentona y a toda velocidad, exactamente igual que hicieron los republicanos en abril de 1931: manipular unas elecciones, en aquel caso municipales, éstas regionales, para asaltar el poder a base de hechos consumados tomando la calle. Nunca sabremos quién ganó entonces, porque numerosas actas de los pueblos —mayormente monárquicos— se perdieron por el camino. Y el resultado fue la "legalidad republicana".

Los secesionistas no cejarán en su esfuerzo por saltarse la legalidad. Lo tienen en bandeja: al convertir unas elecciones parlamentarias en un referéndum de autodeterminación, no sólo arrasan el Derecho sino que intentan, nuevamente, lo que se consiguió aquel lejano 14 de abril: engañar a la comunidad internacional haciéndole creer que todo se había hecho "pacífica y limpiamente, a través de las urnas". Puede que ahora la CUP no apoye un gobierno de Mas. Pero es más lo que les une que lo que les separa con los demás rompedores de la Constitución y la convivencia entre españoles. Y en el Parlamento catalán ambos bloques suman mayoría. Escasa, pero suficiente para hacer pasar las elecciones por un plebiscito ganado. Esta batalla empieza hoy. Pero la de ayer la ganó, a pesar de todo, una España en paz y en orden.

lunes, 21 de septiembre de 2015

NORMALIZAR

Ha sido, junto a "consenso", el talismán de nuestra historia reciente. Cada vez que alguien ha querido imponer algo en contra de la voluntad mayoritaria no manifestada —porque no se ha preguntado, para no poner en peligro la maniobra— ha utilizado esta palabra mágica, el ábrete sésamo de todas las cuevas de alí babá que hemos tenido aquí de un tiempo a esta parte. Y son como las estrellas del cielo.
Para referirme sólo a las más graves falacias que se han instalado en la sociedad española a partir de su "normalización", debo citar el aborto, a la cabeza de todas ellas, pero también al matrimonio homosexual, la función social de la propiedad privada, la exclusión de la religión del ámbito público, la inocencia de todos los menores de edad, la bondad natural de la clase trabajadora (o sea, obrera), y la que quizás lata bajo la piel de las mencionadas: la igualdad.
Las masas rebeladas y seguidamente domesticadas por los poderes situados entre bastidores, que manejan los hilos del retablo de títeres en el que el común se ve reflejado (léase televisión) han ido "normalizando" todo eso mucho más hasta convertirlo, primero en hechos consumados y después en dogmas de fe inquebrantable.
Voy a poner un ejemplo muy palpable: el nombre de las calles. Recientemente, en Sevilla, se le ha quitado la suya al Presidente Carrero Blanco. No ha sido preciso modificar mucho el nomenclátor, porque ahora esa vía se llama "Presidente Adolfo Suárez". La mutación, que no habían hecho los socialistas, la hicieron los comunistas escudándose en la Ley socialista de Memoria Histórica. Fue aprobada en vísperas de las elecciones municipales que dieron la Alcaldía al PP. Pero ni que decir tiene que durante esos cuatro años, el nombre ha continuado su proceso de "normalización". Lo más interesante de todo esto es que quien tenga más o menos estudiada la lección sabe que no hubiera habido Adolfo Suárez sin Carrero Blanco, porque el primero fue al mismo tiempo el primer demócrata y el último franquista.

Pero a lo que voy es al peligro de elevar a los altares la "normalización" de algo que sólo interesa normalizar a unos, en absoluto a todos. Y el asunto más candente que ya está en el horno de la normalización a punto de cochura es el de la independencia de Cataluña. Los secesionistas han empezado a lograr sus objetivos cuando algunos españoles de alto copete han empezado a dar por supuesto — por "normal"— que Cataluña va a ser independiente. Como si eso dependiera sólo de Cataluña y los demás españoles, incluyendo a quienes caen en la celada, fuésemos convidados de piedra. Y este lenguaje lo utilizan ya altas instancias del Estado, como el gobernador del Banco de España. "Si Cataluña es independiente…" O no se ha leído la Constitución —mucho menos sabe lo que es un estado-nación— o se le ha olvidado. Cataluña no va a ser nunca independiente por la misma razón que argumentaba el torero aquel: "porque lo que no pué sé no pué sé y además es imposible." Y sobre todo por algo que ya sabe hasta el ministro Morenés.

domingo, 30 de agosto de 2015

"¡CÁLLATE!"

Y añadió: "Aquí mando yo". ¿Un sargento a un subordinado? ¿Una marquesa a la criada? ¿Un profesor de antaño a un pupilo indisciplinado, hibernados como Disney durante medio siglo? No. Tampoco un nostálgico de resonancias prusianas. Ni Merkel ni Putin. Ni Castro ni Pinochet. Aunque sí un autoritario; mejor dicho, un tirano… de ocho años o así. He sido testigo de la escena en la playa, aproximadamente al mismo tiempo que la agresividad parecía apoderarse del "relato informativo" nacional. Y todo el mundo se preguntaba cómo es eso… Pues les voy a dar una pista.
La educación. ¿Cuántos años llevamos oyendo cacarear a los políticos, especialmente a los de la izquierda, sobre el valor irreemplazable de la educación? ¿Cuántos sistemas docentes han sustituido desde 1970 al plan Moyano que llevaba un siglo en vigor? ¿Qué resultados ha dado la implantación de una educación de cuño socialista que ya nadie osa poner en cuestión? Y sin embargo, ¿han descendido los comportamientos maleducados que casi siempre son antesala de violencia chulesca? A la vista está. Esas frases registradas por mis oídos a dos metros en la costa andaluza —por cierto, un lugar de cierto postín— salían de la boca de un niño y se dirigían a su madre. ¿Cuál fue la reacción de ésta? ¿Un bofetón? ¡Vade retro! Está penado. ¿Una reprensión verbal, acompañada de la sujeción de un brazo para forzar la escucha? ¿Una mirada de dura reprobación? No, una caricia en la cabecita mientras le decía con palabras de suave dulzura: "Oye, ¿Qué me calle?". El padre —o lo que fuera— iba unos pasos por delante a su aire, con absoluta indiferencia.
Ésa es la educación que se ha ido abriendo paso desde el "Llamadme Paco" en esta desdichada España. A veces me cruzo con mi antiguo maestro, que se conserva como entonces, siempre con una sonrisa en el rostro. Siendo yo un pipiolo hizo un concurso de redacción. Me dio el premio: un caramelo. No olvido aquello, porque es el único galardón de mi vida junto al "Lux et veritas" que me concedió la Concapa de Juan María del Pino. Pues bien, todavía hoy cuando comento con los amigos la gratísima personalidad de nuestro docente, nos referimos a él como "don José Luis". Jamás se nos habría pasado por la mente llamarle "Jose", y mucho menos "Pepe", como se llama hoy un instituto de enseñanza secundaria de nuestra región.

Pero vivimos tiempos de "cercanía", tras varias generaciones de encumbramiento de la libertad igualitaria, que es todo lo contrario de la libertad. Por eso nadie puede poner en solfa el nuevo FEN (Formación del Espíritu Nacional, para los iletrados). Y si lo hace, como esa chica de 18 años que ha cometido el error de pensar que vive en un país libre, le parten la cara. Son las consecuencias de presentar una alternativa al statu quo vigente. Y no me refiero, obviamente, al marco legal, que con todo sus agujeros negros soporta el edificio menos malo de todos. Me refiero a la realidad nuestra de cada día, ésa que impide a las niñas que acaban de estrenar el derecho al voto encarar el futuro con esperanzas de mejorar las cosas. Tantos años de mala educación lo van a poner prácticamente imposible. La dictadura invisible lo prohíbe. Y quien se niegue a poner la cerviz estará en el punto de mira, como aquellos prófugos del paraíso comunista que escapaban de él hacia una muerte segura desde el sector oriental de Berlín, sabiendo que había una mirilla de centinela posada sobre su cuerpo y que un infranqueable oleaje de metálicos espinos le aguardaba. Atrás quedaba la Stasi (nuestra dictadura invisible). Por delante la única libertad que mano humana no podrá nunca destruir. Para más información escúchese atentamente la letra de esa canción que supera el paso de los años y reaparece siempre, últimamente en el timbre de los móviles: "Libre", de Nino Bravo.

jueves, 27 de agosto de 2015

UNA GRAN HISTORIA DE CINE, SIN IR MÁS LEJOS

A menudo, la Naturaleza imita al arte, que en nuestro tiempo es por antonomasia el séptimo. Acaba de ocurrir de nuevo, muy cerca de nosotros, en los cielos andaluces elegidos por el destino para dar cobijo a un alma separada del cuerpo a tres mil pies de altitud. Una imaginación ardorosa puede poner imágenes fácilmente a la escena: un hombre y una mujer (homenaje a Lelouch) acaban de desayunar en pleno delta del Guadalquivir, rodeados de estero tartesio. Hasta allí arribaron en una aeronave ligera como el viento, hecha para sentir en la piel y los oídos la caricia del azul sobre las alas. Es un aparato casi etéreo, perfecto para que una pareja madura beba los aires mientras goza de sus miradas. Ya lo dijo el otro: amar no es mirarse el uno al otro, sino mirar dos juntos hacia delante.
Retornan al punto de partida de este fin de semana estival, a orillas del río de la vida, río grande andaluz que desemboca en América. El mismo curso luminoso y acuático que han seguido hasta llegar al estuario del Atlántico les conduce de nuevo a casa, río arriba, como hacían los esturiones antaño para desovar caviar en aguas más frías y que la descendencia se conservase mejor. Una presa acabó con la fauna y con la exquisita industria. Él se lo va contando a ella. Los alardes íntimos de erudición, con tal de no estomagar, han engrasado siempre el amor.
De repente, la misma cabeza que le cuenta historias fluviales que ya son Historia, la que tantas veces ha amado, expresado, besado, volcado el agua de la vida como los surtidores romanos con máscaras intrigantes, cae como un resorte golpeando los mandos. Un grito se funde con el graznido de las aves, en tanto el artefacto ultraligero pierde el control, dando grandes bandazos en el aire. Un nombre vociferado queda como una estela flotando en los confines de la marisma. ¿O ha pasado ya la gran ciudad bajo los pies? Ella no lo sabe. No sabe nada. Sólo que su hombre ha muerto sin avisar. ¿Qué piensa en ese momento una mujer? ¿A qué se aferra? La película no puede mostrar tanto, pero sí sugerir. Que sea el espectador quien ponga su pensamiento a cien. El cine sólo maneja emociones.
Un buen guionista haría maravillas a continuación. Y un buen director no digamos. Haría falta, desde luego, una actriz genial, que no sobreactuase ni se quedase corta, con ese sentido del equilibrio dramático que teje los momentos estelares del celuloide (bueno, vale, hoy del digital). La peripecia está servida. Incluso el cine de catástrofes. No es una producción de gran presupuesto. Los efectos del ordenador hacen milagros. A partir de este momento, lo que era un episodio de pasión cincuentona y placer entre nubes se convierte —como en los grandes filmes de Hollywood— en un reportaje trepidante de superación, en una historia heroica con final agridulce: un aeropuerto internacional cerrado para que esta mujer sola junto al cadáver de su marido pueda tomar tierra, vuelos regulares desviados, otros aficionados y amigos movilizándose en vuelo para escoltarle, la torre en contacto por radio con ella, instrucciones técnicas, ella que intenta recordar cómo lo hacía el piloto que yace a su lado, la desesperación entrelazada con el aplomo femenino, la causa común que en las emergencias devuelve la fe en el género humano, el in crescendo de la tensión, por cada problema resuelto una nueva dificultad aún mayor que las anteriores. Enderezar el rumbo, administrar el combustible, no mirar al compañero, mantener la mente mínimamente despejada, domeñar un sentimiento implacable: la muerte del ser amado, y la inminencia de la propia…
Un helicóptero detestado, el que multa al tráfico desde el aire, se pone también al servicio de la operación de rescate. En él viajan el piloto y un cabo de la Benemérita. Puestos a redoblar el suspense, se podría averiar la radio. Ella tiene que buscar sola la pista del aeródromo y llevar a cabo la letal maniobra. La tripulación del autogiro ve que está errando la ruta: se dirige hacia un camino rural de un naranjal cercano. Comprende que se avecina un final trágico.
Y sucede. La avioneta se estrella al intentar entrar en aquel sendero terrizo. El guardia no lo piensa dos veces. Ordena al piloto que se acerque todo lo que pueda a tierra. Cuando se encuentra a unos metros del suelo, el cabo salta y se arroja a un claro entre la arboleda. Su vida, su oficio, es ése, saltar sobre los problemas sin calcular los riesgos para sí mismo. Se ha hecho daño en un pie, pero corre cojeando hacia la nave siniestrada. Ha estado escuchándolo todo por el canal compartido. Se ha familiarizado con esa voz y comprende tan bien lo que aquella mujer ha vencido que no contempla siquiera la posibilidad de abandonarla a su suerte en ese trance último de la aventura. Sabe que el ultraligero va a explotar en cualquier momento. Sólo tiene que correr. Y lo hace.
Se introduce en el amasijo de materiales. Afortunadamente, hay muy pocos con dureza. No reflexiona. Sólo actúa. Es la consecuencia ineluctable de una cartilla que lleva en su portada la firma del Duque de Ahumada y que conoce al dedillo. Se echa sobre los hombros el cuerpo malherido de la mujer, que está inconsciente. Es como la figura del Buen Pastor, que tantas veces vio en la iglesia de su pueblo. Y corre, corre, corre hasta reventar. La explosión le coge corriendo. Ambos caen al suelo. Se aproximan los auxilios. La banda sonora podría ser la radio con el canal en el que han confluido decenas de voluntarios y profesionales unidos por el firme anhelo, el desafío común, de salvar la vida de una mujer sobrehumana.
El epílogo está cantado: hospital, ella en la cama con los pies vendados y en alto, la cara llena de magulladuras. Pero viva. Se abre la puerta (sólo se oye). Ella sonríe. En la mesilla, un retrato de su esposo. Y muchas flores. Está acompañada por amigos comunes. En la habitación aparece el guardia civil en silla de ruedas, empujado por el piloto del helicóptero. Lo demás es un diálogo. Tiene que ser bueno. La historia es insuperable.
Y algo esencial: un rótulo con voz, que cuente sucintamente la suerte y el nombre de esta mujer y su salvador, así como la rutina de tanta gente como colaboró en la operación. Y dedique la película al marido del que había aprendido a volar. Ya al principio se advirtió que estaba basada en hechos reales.

Ojalá los títulos llevaran la firma de una producción andaluza, aunque los sueños sueños son.

jueves, 13 de agosto de 2015

LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA, ¿TE SUENA?

Tengo para mí que de todos los problemas, y son legión, que vienen asolando al ciudadano medio español desde hace lustros el más grave y preocupante, sobre todo por permanecer enmascarado bajo un velo de indiferencia generalizada que parece negar su valor y hasta su existencia, es la pérdida del sentido que todos deberíamos llevar en el ADN sobre el concepto vital de la presunción de inocencia. Para todos. Porque esta dilución de dicha conciencia, piedra angular de cualquier estado de derecho que se precie, se puso en marcha el mismo día en que se consagró el dogma contemporáneo de la discriminación positiva. Ya saben, la ideología de género. Bueno, ya antes la inversión —subversión— del desideratum social, es decir, el modelo al que se debía tender, había convertido en héroes a los delincuentes y en opresores a las víctimas, al menos en esa región oscura pero potente de los sótanos culturales, donde radican los cimientos del edificio que habitamos todos. Los esquemas marxistas determinaban que había que darle la vuelta a la sociedad burguesa. Condenados al fracaso los métodos violentos —a los que se aferraron los terroristas de diversa especie—, había que recurrir a darle la vuelta al calcetín de los principios que presidían el Derecho occidental, a través de las facultades donde se enseñaba, cantera de la que surgirían nuestros gobernantes socialistas de todos los partidos.
De modo que el delincuente —¿recuerdan la cantinela?— era una víctima de una estructura económica y social injusta, el delito una especie de liberación revolucionaria y la víctima inocente se convertía en la pieza vulnerable del sistema opresor en dicha operación de emancipación de los alienados. En el imaginario común, y gracias a las universidades y los sindicatos de clase, eso sigue siendo aproximadamente así. La interpretación que se hace habitualmente de la idea constitucional de la reinserción va en esa línea de fondo. Recuerdo que Felipe González ha roto su silencio político —que no económico— precisamente para clamar contra "la inconstitucionalidad" de la prisión indefinida revisable (vulgo cadena perpetua) para crímenes especialmente execrables.
Pero los tiempos cambian, y la máquina demagógica presenta sus fallos. Ésta empieza a toser por sus propias contradicciones. Las primeras excepciones a dicha regla no escrita han venido, naturalmente, por la susodicha ideología de género, y como en esto hay cualquier cosa menos estulticia —ésa se queda para otros— han escogido el horror más odioso que existe: el de un hombre poniéndole la mano encima a una mujer. ¿Quién va a poner peros a la persecución de esta feroz realidad?
Lo malo es todo lo que se cuela por esa puerta abierta. Por ejemplo, la susodicha discriminación positiva. Y de ahí a la "pena de telediario". Y de ahí a la "portada de pena". Y de ahí a la hablilla de hipermercado. Y, en fin, a la destrucción de la presunción de inocencia, garantía cenital de nuestro ordenamiento jurídico, con tal de hacer caja y/o rédito electoral.
Asistimos estas semanas en Sevilla a una inquisición que evoca mucho a la del Castillo de San Jorge. Con unos pocos, muy pocos, testimonios sin pruebas, se está haciendo jirones la vida de una persona y su familia, valiéndose del tristemente célebre tribunal del "vox populi". No puedo negar las acusaciones que vuelan a lomos de las ondas herzianas, del papel o de las redes asociales. Pero tampoco puedo afirmarlas. Y hasta que un Tribunal de Justicia en sentencia firme (¿alguien de ahí abajo sabe a estas alturas qué es eso?) no dé por buenas las pruebas o testimonios que se presenten, si se presentan, me aferraré como ciudadano y como cristiano, absoluta y combativamente, a mi fe en la presunción de inocencia, que como digo es lo único verdaderamente común que hay, porque es la misma para mí que para ti que para el otro. Es decir, que no lo hago por solidaridad —en la que no creo—, ni siquiera por amistad, que es poca, sino por mi familia, por mis hijos y por mí mismo, ¡qué caramba! Porque si mañana atacan mi presunción de inocencia —y con la saña y odio guerracivilista que se está haciendo en éste y en otros casos—, ¿qué sería de mí y de los míos?
Ah, y una cuestión de periodista que perdió hace muchos años su ingenuidad: ¿Por qué precisamente ahora, esta campaña?

Veremos.

martes, 4 de agosto de 2015

UN MUNDO NUEVO

Acabo e ver —con mucho retraso porque suelo esperar a la televisión— la película "The artist". Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto con tan poco. Más que una producción cinematográfica es un acto de cine, una lección de cómo con poco dinero y aún más austero despliegue de recursos expresivos se pueden alcanzar cimas interpretativas delatoras de una excelente dirección, que a menudo es la más imperceptible.
No voy a hacer un esbozo crítico de este regalo del cine francés, que tantos otros nos ha hecho sin ser notado. La alegoría de un Hollywood vanidoso muy lejano al país de origen, la denuncia del orgullo como fuente de casi todos los conflictos —en este caso destructivo hasta el extremo— y esas palabras del director y guionista confesando que "me desalenté muchas veces antes de poder hacerla, pero cuando me pasaba volvía a ver mis dos películas favoritas, "Amanecer" y "Luces de la ciudad", hacen innecesarias las glosas, lo mismo que el protagonista se obstinó hasta el final en defender el cine escueto y mudo por creer absurdamente inútil el sonido enlatado.
Le debemos mucho al cine sonoro. Y le debemos todavía más al mudo. Hay una reflexión en torno a la fatuidad del falso progresismo que en cierto modo es el eje de la película y que es lo que quiero traer a colación. ¿Recuerdan? Ella —una actriz que borda su papel con la frescura más inconmensurable que recuerdo— acude a una cita de café con dos periodistas amanerados que manejan un primitivo magnetófono. Sabe lo que va a decir, lo que aquellos dos gacetilleros de espectáculos micrófono en ristre y sus oyentes quieren escuchar. Todo el mundo desea la novedad, aunque esté vacía. En realidad, la gente es muy infeliz con lo que tiene; no sabe lo que quiere; cuando alguien le agita el señuelo del cambio, se van tras él. O tras ella si además hay unas piernas bonitas de por medio.
Y efectivamente, ella —una chica anónima que salta a las portadas de los periódicos tras un choque accidental de su culo con el mito masculino del cine mudo— pronuncia una impecable homilía de futuro: "Les digo a los anticuados: abrid paso a los jóvenes. Son otros tiempos. Salid de escena". Y ríe. Ríe mucho. Sabe que su dentadura, al igual que sus caderas, seducen en la pantalla y que el público que la va a escuchar por la radio se la imagina así, esplendorosa, ágil, despreciativa del pasado.
Toda la película es una especie de "Tiempos modernos" con historia de amor redentor. Una lección muda muy elocuente —y cargada de una música a la que no falta ni sobra un compás— de arte dramático y puesta en escena imborrable, como la bobina que él salva del fuego que ha provocado.
Y este cine forum, ¿para qué? Porque ya estoy hasta las narices de la expresión —cuya pobreza intelectual sólo es parangonable con el detritus en el que sobrenada esta sociedad de masas que tanto asustaba a Ortega— "el mundo ha cambiado y tienes que adaptarte", debidamente aderezado con esa letanía de santón profano que es "¡estamos en el siglo XXI!". La utilizan mucho, obsesivamente, los cruzados del arcoiris, que al parecer lo han patentado para su uso y disfrute. Se trata de meternos a empujones en el aula de la nueva ortodoxia, en la que todos hemos de recitar la nueva lista de los reyes godos, ésa que se puede resumir en "le darás la vuelta a todo lo que has conocido porque estamos en un mundo nuevo".
El de Karina me gustaba más, ¿qué le voy a hacer?
En la escena que he referido, el guionista, atendiendo a los requerimientos de unos tiempos en que la película físicamente considerada era oro, sitúa a la pareja masculina —el pretérito— comiendo en la mesa de al lado, de espaldas a su antigua amiga, pupila, admiradora y amante en ciernes. El conflicto está ahí, en el cambio de época. Pero el amor lo vence todo —estamos en el cine— y tras múltiples peripecias, ella comprende que hay un hilo continuo —esta vez es el claqué, magnífico homenaje final a Fred Astaire y Ginger Rogers— que pasa por encima del tiempo, y es el arte entendido no como objeto científico sino como la emoción que une a la Humanidad con su único sentido cósmico: la creación.
Mi mecánico es un hombre cordial, entrado en años, más grueso que canijo, usa unas gafas anacrónicas de montura negra —aunque ahora vintages, seguramente—. Trabaja de sol a sol en esa cara oscura de los coches que son los bajos y los motores. Ha perdido recientemente a su mujer en cuestión de semanas, después de una vida juntos y felices. Su hija se le va lejos, a trabajar. Se queda solo. No entiende de ordenadores, pero es un genio de las bielas (por cierto, como el padre de Steve Jobs, el de Aple). Nunca le he visto enojado. Le gusta especialmente "la 10-12" (no es la habitación de un puticlub, sino la llave que más tornillos afloja). El otro día me dijo lo siguiente: "Yo nunca paso de 80-90. Mi hija me echa unas broncas tremendas, me dice que soy un viejo. Yo le digo que sí, que soy viejo. ¡Pero no caduco!".

Pues eso, un artista de la vida.

lunes, 27 de julio de 2015

CINCO HOMBRES (Y MUJERES) CON PIEDAD

La penúltima finta electoralista del Partido Popular se acaba de consumar con el paso por el Congreso de la "reforma" de la Ley Aído que consagra en la ex católica España el derecho universal al aborto (nuevo "derecho humano progresista". A última hora, ha conseguido frenar la oposición de Unión del Pueblo Navarro, la sedicente marca del PP en la tierra otrora carlista y hogaño regida por los euskalerrietas. UPN había mantenido hasta ahora una postura inequívocamente pro vida que le había llevado a desmarcarse del rajoysmo dominante en esta grotesca maniobra de maquillaje ante la galería social demócrata del supuesto partido conservador. De haber perseverado hasta el final, los navarros hubieran sumado sus siete diputados a los cinco que se han mantenido fieles a la doctrina original del PP en materia de aborto, y todos habrían supuesto la mayor fuga de disidentes que hubiera cosechado la "derecha" parlamentaria española. Pero a última hora, han canjeado su coherencia por unas leyes de apoyo a la maternidad que de momento sólo existen en el pantanoso terreno de las promesas gubernamentales.
Tanto UPN como los cinco hombres y mujeres que dan título a este artículo habían basado su actitud discordante en algo tan de perogrullo como que limitarse a modificar el punto relativo al aborto de menores sin permiso paterno era tanto como sancionar de facto la Ley Aído y sus postulados ideológicos de género. Y así es, obviamente: seguirán siendo masacrados trescientos niños cada día con plena cobertura legal gracias al bloque monolítico abortista en el que se han convertido las instituciones legislativas españolas.
Bueno, monolítico no, porque siempre nos quedarán esas cinco personas que han antepuesto sus principios y los del partido por el que se presentaron a las elecciones generales, qué duda cabe que cercenando sus carreras políticas y quizás algo más. Son —los nombres son esenciales en estos casos— Eva Durán, José Eugenio Aspíroz, Antonio Gutiérrez, Lourdes Méndez, y Javier Puente. Tres hombres y dos mujeres con piedad que han abierto una puerta histórica de honestidad por encima de todo, algo que le hace mucha falta a nuestro país. Cinco nombres que deberían estar ensalzando en sus páginas web con letras de muchos puntos diderot de tipómetro (guiño para los periodistas cincuentones como yo) cuantas organizaciones anti abortistas hay en España, que son muchas más de las que parece aunque sigan tan fragmentadas como siempre.
Por primera vez en la Historia de España, cinco diputados del partido que "gobierna" con mayoría absoluta han dejado en el diario de sesiones de la Cámara de Representantes testimonio de libertad acorde con la línea que dicho partido ha mantenido, aunque bien es cierto que de forma timorata y retardataria, hasta hace menos de un año. Línea que, por cierto, sigue pendiente de sustanciación en el Tribunal (parlamentario) Constitucional desde que va ya para cinco años el mismo partido recurriera la Ley Aído. La misma que ahora el mismo partido consagra con una reforma que afecta a 500 niñas de un total de 120.000 abortos anuales.

Y ojo al dato jurídico, que es mucho más que un matiz. Muchos se preguntarán por qué el Gobierno de Mariano Rajoy no retira dicho recurso —que en realidad son dos, presentados por PP y UPN—. Pues bien, no lo hace por la sencilla razón de que no puede, no porque no quiera. Los firmantes de aquellos recursos no coinciden en su totalidad con quienes actualmente tendrían que retirarlos (los "poderdantes", ¡qué espléndida fuerza expresiva la de nuestra lengua!), y ello comporta la incapacidad para ejercer dicha medida. Ya existe un precedente, con una ley catalana de uso de datos recurrida por el PP en 1993. Es decir, que no subsiste motivación fundada en las convicciones, sino mera inviabilidad de procedimiento. Que se sepa, lo mismo que se sabe que el TC (hoy de mayoría "popular") está pendiente de la reforma legal para emitir sentencia siendo así que el Gobierno estaba pendiente del TC para reformar la ley. O sea, el círculo vicioso perfecto para no hacer nada, rasgo distintivo de la política española… hasta que llegó Podemos.

miércoles, 22 de julio de 2015

EL "OVILLO PENAL" DE LA LOCURA

Fueron los socialistas, con la habitual ayuda de los comunistas, los que llevaron a cabo la que llamaron "reforma psiquiátrica", que en realidad no era sino un eslabón más en la cadena demoledora que programaron para hacer creer que ellos, cual nuevos adanes, traían la utopía. Lo único que trajeron fue el "salto a la tapia", construyendo todo un imaginario colectivo que asociaba en el subconsciente social la idea de manicomio con la idea de franquismo. A nadie se le oculta que la situación de los hospitales psiquiátricos en 1979 en España dejaba mucho que desear. Se amontonaban enfermos con las más diversas y distantes patologías, sin una atención digna, bien fuera por falta de medios o de ganas de hacerles la vida más llevadera. ¿La solución? Como en la "mili", no consistía en borrar del mapa lo que funcionaba mal. Pero arreglar las cosas era complicado, caro y perfectamente inútil para el fin que se perseguía, que no era otro sino convencer al pueblo de que todo eso eran lastres del pasado y que ellos —la "alternativa de gobierno", ¿recuerdan?— eran los inventores de un mundo insuperable.
Se cerraron los psiquiátricos. Pero los enfermos mentales seguían ahí, muchos en la calle, los más en las casas… ¿de quién? ¿De los promotores de la "reforma" —más bien ruptura, o si se quiere interrupción voluntaria? No, claro. En casa de sus familias. Muchos apenas tenían familiares, lo que significa que el peso insoportable de la enfermedad caía sobre muy pocos hombros —generalmente, sobre dos. Los modelos patriarcales de grandes familias en las que se repartían los esfuerzos habían ido pasando a la historia, entre las fauces de la modernidad. Hijos —muchos únicos— sobrinos, hermanos, padres (incapaces de domeñar la fuerza física de los hijos que iba creciendo a medida que la suya iba menguando y asaeteados por el dolor de verlos enloquecer sin un control médico apropiado) fueron heredando los frutos amargos de las vanguardias intelectuales y políticas que nos llegaban de "los países del entorno", aunque en realidad venían, junto a otras importaciones perversas y ya fracasadas, de las grandes urbes useñas.
Así hemos estado más de treinta años, toda una generación de gentes que han ido calándose hasta los huesos de la humedad demencial. Gentes que podían haber sido felices si la Administración social-comunista no hubiera echado sobre sus espaldas la piedra de Sísifo de la locura que iba minando la vida de sus seres queridos y las suyas propias. Todo empezó en las primera elecciones municipales de la democracia, porque los psiquiátricos dependían de las diputaciones. Allí comenzó su carrera política el alcalde de las setas, como diputado de Sanidad, vaciando Miraflores y endosándoles a personas que a duras penas salían adelante (aquellos duros años setenta) la inmerecida pena de cautiverio al tener a un pariente enloquecido o enloqueciendo en casa.
Encima, les hicieron responsables. Era el sumum de la desfachatez y del abuso de poder. Esos cientos de familiares no sólo fueron escogidos por el destino con el peor de los infortunios —porque arruina sus vidas y tortura sus sentimientos— sino que se les buscó como culpables de los desaguisados que cometieran los "internos". El reciente incidente de la residencia zaragozana en la que una orate ha matado a ocho ancianos al prender fuego a su colchón ha puesto sobre la mesa lo que ya se llama "ovillo penal". Se busca responsable: ¿la residencia?, ¿el hijo?, ¿la Administración? Ah, no. La Administración no. Cualquiera menos las autoridades.
El vacío jurídico es tal que, en palabras de un juez amigo, "el trastorno mental y sus consecuencias no tienen encaje en el Derecho Penal español. Sólo permite actuar cuando existe un delito de sangre". Es decir, cuando ya es tarde y a las víctimas incruentas del día a día hay que añadir un cadáver. Sólo la comisión de un crimen manifiesto mueve los resortes. Ésa es la ley que hicieron los amos del pensamiento único y cuya modificación ningún candidato, ni antiguo ni nuevo, promete acometer.
Y como todo marco legal animado por la demagogia (en verdad, por el "quítate tú para que me ponga yo"), es de quimérico cumplimiento. El caos al que se ha llegado se traduce en un río de sufrimiento cuyo caudal crece sobre todo en días de calor sofocante. Las víctimas son, como siempre, anónimas hasta que hay sangre. Porque la tragedia no es flor de un día. Se ha ido cultivando lenta y calladamente en los hogares, creando un océano desconocido que debemos al afán de dominio de unos pocos y al engaño de muchos. Como en el aborto, como en las víctimas del terrorismo, como en el abandono de los ancianos… ojos (léase telediarios) que no ven, ignorancia total y condena de silencio democrático.

Esta es la verdad sobre el caso "reforma psiquiátrica". El Estado, a través de sus resortes locales y con el aval de su poder legislador, ha desmontado un mal sistema para sustituirlo por nada, por la anarquía que se ceba con los inocentes. La coartada es el seguimiento médico. Aunque quisiera —no lo sé— el Leviatán es tan torpe y fósil en sus movimientos que se revela absolutamente incapaz de compensar los efectos perniciosos que ha creado con sus ínfulas innovadoras y aún revolucionarias. No controla a los enfermos mentales que han mostrado indicios de peligrosidad social; mucho menos socorre adecuadamente a los familiares impotentes ante un problema que les devora. No sé por qué todavía no ha habido reclamaciones y asociaciones de familiares que utilicen los cauces judiciales para exigir dinero a la Administración, única vía efectiva para la defensa de los derechos que nos van quedando. Tal vez cuando les llovieran las sentencias indemnizatorias, los dogmas del progreso y sus flagrantes injusticias empezaran a flaquear.